Entre los árboles

Érase una vez en un tiempo remoto, perdido en el eje cronológico de la historia, el cual ni los más veteranos recuerdan, en una tierra donde nace la alegría, un lugar cubierto en su totalidad, de norte a sur, por enormes bosques que lo colmaban de una fresca sombra en verano, y proporcionaban cobijo en invierno. Un entorno tan hostil como acogedor, tan único y peculiar que de entre sus ramas hice mi segundo hogar.


Una vez soñé contigo, soñé con verte de forma tan real que no pude distinguir si el mundo onírico se había solapado con el que vivimos en la vigilia, en mi mente te colaste como quien entra en su casa. Por un instante se pararon mis latidos, como el bosque que pasa por una sequía. Me miraste de reojo con el claro mensaje de que te siguiera. Con una mano en una gran secuoya milenaria, desapareciste tras ella.

Desde entonces paseo por los espesos bosques, fuera del mundo de mi subconsciente, con la esperanza de encontrarte entre ellos, con la más pura intención de que por mi mente pasen las palabras adecuadas para ordenar, por un instante, los pensamientos, o encontrar el mágico conjuro que haga que aparezcas ante mí en un torbellino de aire, que traiga consigo las hojas caídas en el otoño. Hojas que en su giro tapen tu figura y la descubran cuando el viento cese. 

Una profunda carcajada salió desde mi garganta. Pensar en magia cuando eso no existe… la magia que no vemos, por ser, probablemente, una abstracción de algo que no entendemos... es posible que exista… ¿debería esto depender si la mente y el celebro son una misma cosa o la mente es algo más? La risa que al principio me provocó el pensar en la magia se me antojaba ahora fría y estúpida, ¿cómo podía reírme de la inexistencia de la magia si estoy rodeado de ella?

Guiado por aquella fuerza extraordinaria, subí al árbol más alto que encontré, el cual me parecía que llevaba directamente al cielo. Cada rama que subía me hacía sentir vivo. Cada metro que subía notaba, en mi rostro, el viento que se filtraba entre todas las ramas que formaban el enorme árbol al que me encontraba, moviendo a su antojo mi pelo. Me sentía dueño de mi libertad, subido a ese árbol que separa la tierra y el cielo.

Como un gato que pasa de rama en rama sin perder el equilibrio, respiro hondo, espirando todos los olores que emanan del bosque, y veo desde la copa de aquel enorme árbol toda la expansión que ocupaba el bosque al que pertenecía. Tenía ganas de seguir al viento en su recorrido a través de los valles y montañas, expandir las alas y echar a volar sin pensarlo. Sentir esa magia de la que antes hablaba, de la que antes me había burlado.

Desde las alturas veía todo desde otra perspectiva, sentía todo de una forma diferente, y no me refiero tan solo a un leve cosquilleo en el estómago. Es una emoción mayor. Desde lo alto encontré algo que llevaba tiempo buscando y casi anhelando: la paz que me une espiritualmente a este lugar, la que hace que mi mente y este bosque sean como uno sólo, y por eso creo que la mente no es tan sólo su medio físico, pues me siento parte del bosque. 

Una vez soñé contigo, soñé con verte de una forma tan real… En este mismo bosque que lo  siento como mío, como una extensión de mi cuerpo. Quizás hoy no te haya encontrado como había esperado, pero ¿quién sabe qué deparará el mañana? El bosque tiene muchos senderos que se pierden en la línea de los años, y tal vez, como un sueño remoto y lejano, te encuentre en uno de ellos.


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