Cuando cierras los ojos

Dicen que sólo los soñadores son capaces de parar el tiempo, sólo los locos bohemios que juegan con él, se burlan de él, mientras son esclavos del mismo. Sólo aquellos que imaginan que pueden saltar a través del tiempo y cumplir aquellos sueños que parecían ya rotos, pueden crear de la nada, son aquellos que miran desafiantes a la realidad y al tiempo, como si fueran sus dueños y no sienten el miedo de cambiar. Tan solo con cerrar los ojos… 


Una vez soñé que había ante mí tan solo una vela que brillaba con una anaranjada luz muy tenue, alrededor todo estaba tan oscuro que sólo estábamos esa vela y yo. Ningún sonido, ningún olor que me hiciera sentir, nada que pudiera tocar. Una vez soñé con una oscuridad envolvente que no me dejaba ver nada en absoluto, salvo una pequeña vela cuyo fuego oscilaba de un lado a otro, como si estuviera vivo, amenazando con extinguirse, tentando al tiempo para no hacerlo.

Cuando de pronto ese fuego se desvanece sumiéndolo todo en un mundo oscuro y desconocido. Como un lienzo en blanco. Bajo mis pies empieza a crecer una hierba del verde más intenso que haya visto, y de este suelo se alzan unos árboles que pretenden alcanzar el cielo, y bajo sus copas se cobijan las flores más delicadas que inundan la tierra de colores. El cielo se llena de globos que tiñen las copas de los árboles de alegría. Alguien toma mi mano cuando contemplaba el espectáculo.

«Vente conmigo a volar»

Tan pronto como escucho esas palabras en mi oído, siento que me estoy cayendo. Sin soltar tu mano. Caemos tumbados sobre el techo de una antigua furgoneta Volkswagen que recorre la histórica ruta 66, a través de un terreno yermo que tiene un encanto especial. Miro a tus ojos mientras sonríes y pasas una mano por encima de nuestras cabezas, pasando en un segundo de un radiante día soleado a una noche en un cielo lleno de estrellas. Tu mirada vuelve a encontrarse con la mía, vuelves a sonreír.

Otro gesto de tu mano desvanece todo lo que nos rodea, las estrellas, la furgoneta, la carretera, el desierto vuelven a ser oscuridad. Estamos de pie cuando un foco de luz nos ilumina, un acordeón que suena con los compases de un tango argentino empieza a sonar. Tus caderas me animan a bailarlo, pese a no haberlo hecho jamás en mi vida. Siento cada vuelta que das, cada mirada que se cruza con la mía, tus pies moviéndose de esa manera casi mágica.

Tu mano vuelve a pasar por delante de mi cara, apagado el foco, y la música argentina desaparece para dar paso a una mística canción árabe. Un velo de tela casi transparente cubre la mitad de tu rostro, haciendo tu mirada aún más intensa y brillante. Estamos dentro de un palacio que parece sacado del mejor cuento de las mil y una noches, donde unas vidrieras tiñen la luz que llega del sol en miles de colores que iluminan las alfombras y muebles.

Te pones a escasos centímetros de mi, tanto que puedo oler tu perfume, y tomas mi mano con fuerza. La noche ha vuelto se a hacer. En la orilla del mar ya no tienes velo, pero sí un abrigo que te protege del frío de la noche mientras caminas a mi lado por la playa, iluminados tan sólo por la luz de la luna. Siento paz y tranquilidad cuando paseo de por la playa a tu lado. Me miras. Te miro. Te acercas lentamente a mi, con una voz suave me dices:

«Ahora empieza el sueño»


Abro los ojos lentamente, y busco tu cara entre las sabanas, hasta que la encuentro sonriéndome, sentada en tu lado de la cama, y un «buenos días» en los labios.


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