Buenas noches

La luz se apaga, empieza el espectáculo, la tranquilidad y el silencio se ciernen sobre tu habitación, donde puedes respirar un aire de calma que se vuelve gélido en mi presencia. Tanta quietud empieza a incomodarte, te resulta sospechoso que nada se escuche, que todo permanezca en su lugar. Crees que es cosa de tu ociosa imaginación que despierta en estos momentos. No te preocupes, todo empezará a moverse de un lado a otro en cuanto cierres tus ojos y no esperes que algo puede pasar.

La noche se vuelve más y más oscura cuando las densas nubes tapan la luz que la luna creciente arroja sobre la calle que, por aparente fallo de la red eléctrica, se encuentra sin el amparo de la iluminación de las farolas. Los pocos coches que osan pasar a esta hora atraviesan una densa capa de niebla que hace visible el tenebroso espectro luminoso de sus faros. Mientras tú te cobijas de esa oscuridad bajo un simple edredón nórdico como si fuera un escudo.

Te observo, sé que aún no te has rendido al sueño, pero eres perfectamente consciente de que estoy aquí, que te estoy mirando fijamente. Aunque sabes que estoy a tu vera, que casi puedo rozar tu piel con mi gélida mano, no quieres darte la vuelta y mirarme, al fin y al cabo, «ojos que no ven, corazón que no siente». Pero tú corazón sabe quién soy y me teme, por más que niegues mi existencia, por eso late tan rápido.

Aprieta tus ojos cuanto quieras, eso no me hará desaparecer, ni busques más desesperadamente una razón por la que estoy aquí. Simplemente no existe, no soy humano, nunca he estado vivo, por lo que no necesito un motivo para ser ni para estar donde ahora mismo estoy. Soy lo más parecido a un demonio que en la vida conocerás, y he venido a hacer el mal, destrozar tu esperanza y aniquilar tus sueños. Aunque quizás saberlo de menos miedo que la ignorancia acerca de mi ser.

Ese olor tan desagradable que entra por tu nariz no es más que el miedo que desprende tu cuerpo, que te paraliza y te hace desear que no me de cuenta que estás ahí. Quizás piensas que esta será tu última noche y prefieres que la tierra te trague antes que yo te lleve en cuerpo y alma al lugar de dónde procedo. Me desplazo por el techo de tu habitación como si fuera una araña gigante, y escuchas mis pisadas, creyendo inocentemente que es el crujido de alguna madera.

Dejo caer el libro de tu mesa, te levantas sobresaltado, piensas racionalmente que es debido a que estaba puesto muy al borde de la mesa. Tu respiración se acelera, vuelves a poner el libro en su sitio, y entonces es cuando tu silla se mueve sutilmente, tanto que apenas te das cuenta. La miras, pero todo parece estar en su sitio. Vuelves a taparte con la sábana y la silla vuelve a moverse hacia tu cama. Como no lo notas, elevo la silla a un metro del suelo y la tiro sobre la pared más lejana.

Vuelves a levantarte mirando que la silla está en su sitio. No te puedes explicar qué es lo que ha pasado, qué ha sido ese ruido, y buscas una explicación racional para ese disparate. Pero tu corazón sabe de qué se trata, sabe que estoy aquí, que no quiero irme sin llevarte conmigo. Sabe exactamente qué ha pasado. Y tú vas y lo ignoras. Miras de un lado a otro del dormitorio, y no ves nada, miras debajo de la cama, miras de izquierda a derecha. Nada.

Cuando decides tumbarte es cuando ves, sobre tu cabeza, mi forma, mi cuerpo negro, mis ojos rojos, mi cara triangular sonriéndote malévolamente y mis largas extremidades. Intenta gritar, ya no puedes, intenta correr, es demasiado tarde. Sólo tus ojos pueden llorar hasta quedarse secos… ya eres mío.


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