De mi madera
Llegará ese día en el que el hacha con una furia indomable se clave en mi tronco, que el leñador me haga caer sobre el frío suelo que me alimenta y detenga mi lento crecimiento. Llegará ese cruel día en el que deje de sentir la suave brisa sobre mi copa, ni el tamborilear del suelo en mis raíces cuando la lluvia se acerca a darnos vida. Llegará el día que el sol no sea algo que yo persiga y pase a ser simplemente un ente que me ilumina.
Días que pasan como segundos, meses que vuelan como las hojas con el viento que las arrastra por la arboleda, estaciones que marcan los colores de los que se viste el bosque, desde el blanco azulado del frío invierno, el verde alegre de la primavera llena de vida que brota en cada hoja de mi copa, la calidez del verano que trae el fruto que maduró en mis ramas, aquel que un día fue una delicada flor, al naranja del otoño que desprende todas las hojas marrones de mi ser.
Si fuese hoy ese día en el que yo deba caer a manos del hombre, el día que yo muera como el árbol que soy, el que creció de una pequeña semilla con la fuerza de un roble, la delicadeza y belleza de un cerezo y tan alto como una secuoya. Si fuese hoy a morir, que el frío metal atraviese mi tronco, que mi muerte no sea en vano, y firmado con sabia le pido al leñador que ponga fin a mi vida de árbol, que utilice mi madera.
Si fuese hoy a morir, quiero que con mi madera se construya una mesa, una donde se sirvan los platos más deliciosos y se pueda conversar en familia sobre temas tan banales como importantes. Quiero ser la mesa dónde un artesano haga pequeñas obras de arte con sus manos desnudas, la mesa de un escritor que se llene de papeles colmados de tachones hasta encontrarse con la perfección. Ser la mesa que guarde en su interior un cálido brasero que resguarde del frío.
Si hoy fuese el día en el se le niegue la sombra al caminante que pasee por el bosque, quiero acabar siendo las vigas que sostienen el techo de una modesta cabaña en mitad de la arboleda, quiero ser la puerta que se abra a un camino por donde las flores crecen silvestres. Me gustaría acabar siendo el bastón que ayude a un anciano a caminar, la estructura que sostiene un mullido colchón que forme una cama, formar parte de una historia interminable confinada entre las páginas de un libro.
Quiero que de mi tronco salga la madera de una modesta barquita pesquera, que salude a los gigantes de acero que pasen por su lado. Aquella que, varada en la arena con su pintura blanca, se mezcle al compás de las olas del mar, la que por la noche navegue por una senda iluminada por la luz de la luna. Quiero que de mi se haga un pequeño cofre donde guardar los tesoros pequeños y más valiosos que puedas encontrar en la orilla de la playa.
No lloraré si el hacha atraviesa mi costilla y ningún pájaro puede anidar entre mis ramas, pero si mi destino es morir quiero ser la leña que arda en el invierno, quiero dar mi fortaleza a quien ya no quiere seguir adelante, y si tengo que caer en la envestida mortal del hierro, y que nadie grabe a golpe de navaja su amor en mi corteza, quiero ser la fina madera de una guitarra y de mi ser mane la música.
Pero si puedo vivir, seguiría siendo la sombra que refresque tu camino en los días de verano, entre mis ramas los pájaros piarían sobre sus nidos y no sería de mi madera con la que se alce la cruz de los ladrones. Y aquí en la tierra permaneceré, enraizado, me quedaré para siempre a tu vera, en un abrazo infinito a tu alma.
Fotografía por cortesía de Manuel Ruiz |
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