Libertad de ignorancia
Al más pleno estilo de Nietzsche, las ovejas marginan a la oveja negra, pero no ha de tener miedo al rebaño, ignorante y sumiso a una filosofía de decadencia y esclavitud, el rebaño debería tenerle miedo pues la oveja negra puede derrumbar los pilares de su civilización.
Se levanta muy temprano, su rutina acaba de empezar, cargado de ilusión, optimismo, dispuesto a aprender de todo y ha hacer millones de amigos. Desayuna corriendo y sale disparado, como si lo fueran a prohibir, deseando entrar en su nuevo colegio.
Que entrara en aquel edificio provoca gran expectación entre los niños y niñas, fue ahí donde tenía que enfrentarse a un defecto mortal en un colegio primaria para alguien nuevo: su timidez. Ese sentimiento mezclado con el pavor al rechazo lo predispone a ser discriminado por el resto de sus coetáneos. Miradas frías, ojos que lo atraviesan, lo analizan, de arriba abajo, en busca de defectos para poder reprosárselos, cualquier acto fallido para poder restregárselo como papel de lija por la cara, con interés nulo por su opinión, sólo importa si esta está en discrepancia con el pensamiento colectivo, cualquier excusa es buena para poder atizarle.
Primer defecto: no tiene amigos. No tienen en cuenta que lleva pocos días asistiendo a clase. Que tiene problemas de socialización a causa de su timidez son los dardos perfectos para una diana fácil.
Se levanta muy temprano, se resiste a salir de la cama, pero no tiene remedio que rendirse a lo que el destino le tiene preparado para el día. La sonrisa con la que iba al colegio se había transformado en una mueca inexpresiva, el brillo de sus ojos se había apagado y sus ojos mostraban un onda tristeza. Su tono de voz no subía de suave, evitaba las palabras muy grandes.
Comienzan los defectos físicos. La desgracia de ser rubio entre morenos. La desgracia de unos ojos verdes entre miles de ojos castaños. La desgracia de tener la lengua más corta que los demás. La desgracia de tener los pies más grandes que los demás niños. La desgracia de tener una forma distinta de orejas, de tener una nariz distinta, unas cejas distintas…
El chico está saturado de que le reprochen cómo es físicamente.
Hay no se acaban sus defectos, el chico no puede girar la lengua ciento ochenta grados. El chico no puede llegarse a los pies sin flexionar las rodillas. El chico no es tan rápido como el gran corredor de la clase. El chico se le dan mal los deportes, no hace todas las flexiones que debería, no es capaz de tragarse once lápices por la nariz, es incapaz de leer correctamente…
El crío siente como la clase está en su contra, se siente como el bicho raro, como la escoria que nadie quiere, el paria que deambula por el patio del recreo sin destino ni rumbo. Si aprueba un examen… es asquerosamente listo. Si suspende un examen… es tonto. Si trae los deberes hechos… el pelota de la profesora. Si no los trae… imbécil que no sabe hacerlo. Si se le cae un libro al suelo… gilipollas. Si sale voluntario y hace bien el ejercicio… repulsivo y repelente. Si lo hace mal… idiota.
Finalmente, el payaso de la clase, el bufón, todo cuanto haga, cuanto diga, sólo servirá de objeto de burla. Todo son risas a su consta. Siempre alguien lo hace mejor que él, siempre alguien sabe sacarle un defecto. Siempre, esa camiseta que le regaló su madre de Adidas será falsa, al igual que sus botines Nike que tan cariño le tenía por ser el último regalo de su abuelo.
Un ataque tras otro, hasta que llega el día. Aquel día, él pensaba que no iba a variar nada con respecto a otros días, sin contar con que uno de sus compañeros se encontraba más ingenioso, se le ocurre un nuevo defecto, un nuevo ámbito de su persona que no había tocado. Aprovechó, y antes de que entrara la profesora gritó: "¡¡HIJO DE PUTA, MARICÓN!!"
Había tolerado incluso insultos sobre su opinión, además de su aspecto físico, inteligencia… pero jamás se habían metido con su orientación sexual ni con su madre, jamás la falta de respeto y tolerancia había llegado tan lejos. Por primera vez, una lágrima se suicidó en público.
El vaso se había colmado, el chico estaba cansado, agotado física y psíquicamente, tantos acosos, tantas palizas recibidas, tantos insultos, llegar a su casa con un ojo morado, con el ánimo por los suelos, llegaba sin dignidad, tratado como si de un simple excremento se tratara. No se sentía persona, no se consideraba humano, no podía considerarse como tal en esas circunstancias, bajo tanta presión.
Aquella tarde su alma durmió.
Lo conseguisteis, cabrones.
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