La memoria de Atenea

Pocos son sus años, pero cuantos darían todo, hasta lo que no tienen por saber la mitad de lo que saben, y cuantos matarían por que le revelen todos los secretos que guardan las paredes de una casa.

Algo que tenía muy claro es que un sabio no nace, se hace. Su vida estaba cambiando tan deprisa que apenas podía percatarse de la magnitud de los cambios que en ella se daban. Su angustia incrementaba con cada día que pasaba, sin saber qué hacer, en qué se había metido, cómo iba a irle la vida a partir de entonces, y, lo más importante, puesto que todos apelaban a que había sido su libre elección la de elegir ese futuro: ¿le gustaría? 

Ese caos sentimental que sentía podía considerarse como normal, si se seguía una línea temporal que contuviera todo el contexto de la situación que le había estado pasando. Podía considerarse la situación como normal… ¿Podía considerarse la situación como normal? ¿Qué sentido debía cobrar para él la normalidad? ¿Qué había de normal en una situación tan compleja y diferente a lo realmente normal? Preguntas como estas le orbitaban alrededor de su cabeza mientras volvía a su casa después de un larguísimo día de trabajo. El desértico bulevar por el que pasaba parecía sólo atraer más y más preguntas, más y más pensamientos negativos a su cabeza… más y más.

Las luces del atardecer lo cegaban mientras caminaba pesadamente, giraba la cabeza como un buzo en busca de aire que respirar, como un tuareg que busca agua en el desierto, pero sólo veía las ruinas de lo que antaño fue una ciudad próspera y brillante. ¿Esto es lo que queda después de todo? Mientras el sol se escondía en el horizonte, como avergonzado de la tragedia de vivir una vida impuesta, las farolas cumplían su función de sustituir al astro rey. Por fin llegaba a casa.

La oscuridad era un elemento típico en aquella antigua casa, al igual que el crujir de las maderas al pasar, cosa en las que apenas reparaba, pero aquel día, tras lo que había vivido, que no tenía ganas más que de dormir, soñar, vivir en su propio mundo alternativo, escuchó ese gemido fatigado de la madera de una manera más acogedora, como si quisiera protegerlo de los males del mundo.

Pero algo cambió, el entorno parecía crecer a su alrededor, parecía hacerse más grande… ¡Él era el que estaba empequeñeciendo! Al alcanzar los diez centímetros, aproximadamente, no dejó de menguar. Veía todo más grande. Se acercó a una pared, para orientarse. La casa parecía entonces muchísimo más grande de lo que era. Era muy diferente. La escalera que subía al piso de arriba se veía más alta que una montaña, la puerta del salón era un coloso móvil que le infundía gran pavor. La pared comenzó a gemir, como si hablara.

Empezó a andar por la enorme casa, mirando hacia arriba, intentando percatarse de los miles de detalles que día a día pasaban desapercibidos. A su cabeza empezaron a venirle recuerdos, como si las paredes se lo susurraran como una melancólica melodía que despertaba en él un sentimiento de añoranza por el pasado. Todos los momentos vividos en aquellos pasillos: los buenos, los no tan buenos… En definitiva, su vida había transcurrido en esos muros de madera, cada viga de esa casa no aguantaba sólo el peso de la infraestructura de la casa, sino todos y cada uno de las memorias de sus habitantes. 

Ese sentimiento al volver de un viaje y encontrarse de nuevo en casa. La sensación de apego que sentía cuando, por las mañanas, tenía que salir a cumplir con su pesada obligación de ir al colegio, cuando volvía a casa cabizbajo tras un suspenso, o, al contrario, con la cabeza bien alta por haber conseguido sacar el curso limpio y sentir que empezaba el verano. Cuando volvió a casa tras su primer beso. Cuando la invitó a casa por primera vez. Su primera discusión de pareja fuerte también fue dentro de esos muros, al igual que el resurgimiento de la llama del amor en la primera reconciliación. Cuando con orgullo exhibió su colección de sellos por primera vez… 

Miles de recuerdos le hicieron ver que nadie lo conocía mejor que su casa, su antiguo, pero fiel, hogar. La única capaz de guardar todos y cada uno de sus recuerdos. La única capaz de enseñarle que tras caerse sólo queda la opción de levantarse.

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