¡Programado con autocorrector!


Al igual que no podemos permanecer sin respirar, sin comer, sin beber, sin dormir, sin tener esperanza, sin hacer algo mal, sin preocuparnos, sin descansar, sin movernos, sin aprender o sin pensar durante demasiado tiempo. Igual que hay personas que no pueden permanecer un día entero sin leer, cotillear, escuchar música, emborracharse, bailar, enfadarse, criticar, ayudar, trabajar, saciar su curiosidad, hacer ejercicio, molestar, reírse, inventar, escribir, recordar o hacer locuras hay quien le da por parodiar otros bloggers.

¿Sabes quién es Ezio Auditore? Sí, ese tío que con una cuchilla y una esperada dejó frita a media Italia. Un gran hombre, luchador contra los Borgia, liberador de Roma, gatoman, y un poco genocida, nada del otro mundo, ¿qué pasaría si no hubiera un Ezio en el siglo XVI? Pues habría superpoblación en la época. Pocos se atrevían a contradecirle–¡Yo quiero un Animus! Me encarnaría en el almirante Cervera o en Cánovas del Castillo–, pero por una razón un poco contundente.

Claro que a ti y a mi no nos tienen ese respeto, que viendo cómo se lo ha ganado, casi mejor que no. Nosotros siempre nos vamos a encontrar al típico que discrepa con todo lo que digamos, que no esté de acuerdo, y, una de las cosas más pelmas, la gente que se cree corrector de Word. No me dirás ahora que no te has topado nunca con el típico cretino que al decir algo fuera de lo común, con el más mínimo error, y te salta cual raya roja de Word. No hablo de educadores como pueden ser los padres–aunque de vez en cuando sale cada padre... Se nota por los hijos, si el crío tiene a los cinco años en iPhone 5, mal asunto–, los abuelos, los mismos profesores–aquí va mi pequeño homenaje a mis profes–, sino de los pseudo-educadores o, simplemente, miserables con complejo de inferioridad/repelente niño Vicente–que mal lo pasarán los niños que se llamen Vicente–que necesita corregir a los demás para sobrevivir.

Una vez definidos estos entes pseudo-educadores aclarar que está muy bien que te corrijan, con ello mejoras, pero las veinticuatro horas del día se hace pesado oír "Esto así no está bien", "Tu estilo de vestir no me gusta", "Has hecho mal lo que te mandé", "Deja de hacer eso". Y cuando sirves de cabeza de turco, ¿eso no jode un poquito mucho? Lo típico, llega un crío y con la ducha lo deja todo empantanado, de agua hasta el techo, y por alguna extraña efemérides del destino este coñazo con patas pasa por ahí: "¿Qué has hecho?", "¡Está todo lleno de agua!", "¿Cómo has podido?"… lo curioso es que como estos entes tienen la Verdad Absoluta, a menos que te líes a puñetazos con él, la discusión la pierdes sí o sí, o se hará un bucle infinito–he sido testigo de discusiones entre dos pseudo-educadores, era como ver a dos gallinas jugando al tres en raya–.

Sigamos con el ejemplo, supongamos que accedes a fregar el suelo, y, como buen pelmazo te dará la brasa con lo mal que estás fregando, puesto que él lo hace mucho, y, por ende, eres un negado. Hasta qué decide tomarte el relevo, es entonces cuando tienes que aguantar una lección de fregado–u optar por irte y escuchar la murga que vendrá después–para culminar con que o eres un negado, o que lo que le has hecho hacer al pobre, que estaba tan sumamente fatigado, mientras miras cómo se parte la espalda fregando… vale, si accedes a fregar tú, absténte a las consecuencias, si lo ibas a hacer mejor, carajote.

Ego subido al nivel autocorrector
En serio, tener uno de estos pseudo-educadores al lado es un pelmazo impresionante, si te has sentido identificado, chungo. Un plasta así al lado que te día cómo tiene que ser todo, haciendo valoraciones plenamente subjetivas de tus actos en la vida cotidiana no es nada agradable, no mola–ya no te digo en un trabajo, en un proyecto donde queremos que todo salga perfecto, etcétera–, es más repelente, repulsivo, mientras más lejos mejor. Es como tener a alguien que te cerca con una alambrada, que cada vez la hace más pequeña hasta que no te queda espacio para respirar y te mueres, sin más. Es como escribir en el iPad y te salte el autocorrector–¡me cargo en tu punta madre, autocorrector!–, pelma al máximo.

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