Enfádese y no respire


Na, na, na, na, na, na, na, na, na, na, na, na (…) como me pregunten si es el final del Hey Jude de los Beatles o Na na na na (na na na) de My Chemical Romance voy a tener un problema.

Hay palabras con doble sentido que no tienen mucha relación, como por ejemplo blanco, pudiendo significar el color blanco, blanco, blanco, en plan blanco, como la nieve, o el objetivo de una diana, el ejemplo de dar en el blanco, o vacío, papel en blanco, que puede tener cierta relación… no hay muchos papeles morados… por lo menos yo suelo escribir en papeles blancos. Pero no hay una polisemia–me se la teoría de lengua, ¡qué nivelazo!–más estúpida es la de orgullo

Recuerdo que en una ocasión un amigo me preguntó–hace ya muchísimo tiempo, siendo un crío, vaya–si el orgullo era bueno. Una pregunta en un principio muy infantil, pero da mucho de que hablar. Él aseguraba que era bueno, pensando en un sentido totalmente diferente al mío, pues yo pensaba que era malo malísimo. ¿Por qué se piensa de manera tan opuesta de una misma palabra? La clave estaba en el sentido, que a alguno le dio por verle relación a algo tan opuesto y le puso la misma palabra. Veamos pues los dos sentidos:

Orgullo del buenoesto es casi como el colesterol, del bueno y del malo–: es aquel que una persona altruista siente de otro, el afecto, esa felicidad que se siente cuando alguien cercano a ti, normalmente un padre por su hijo, hace algo grande, cosa que puede ser un libro, o, lo típico, sacar buenas notas–ahora que plástica pondera 0'2 en la nota de primaria…–. O estar orgulloso de alguna proeza hecha uno mismo, en mi caso, orgulloso de haber escrito un libro este año–y de los tres anteriores también–, o de pertenecer a un grupo social, como por ejemplo, el orgullo blogger, por tener un blog, en cierta medida "vivo", porque me estás leyendo, ¿verdad? ¡Dime que si!–no organizamos desfiles a lo hedonista, pero nos conformamos con tener un blog, no sé si mis aliados Una Soñadora y Un Soñador dirán lo mismo, o harán desfiles sin avisarme… allá ellos… no pensaba asistir… ¡me enfado y no respiro!–. Y tú puedes estar orgulloso de leer este blog, ¡el orgullo de saber leer! No todo el mundo puede–y ya entenderme, imagínate, si a Anónimo-2 le costó lo suyo, siendo él un experto en el tema… 
Hoy: Día del orgullo imbecil.
¿Imbecil yo? Pues no respiro.

Orgullo malo: el primero que se nos viene a la cabeza seguro, es totalmente el opuesto al bueno, es ese sentimiento de "amor propio" del que muchas veces pecamos, ya que este es uno de los siete pecados capitales–orgullo, avaricia, pereza, gula, lujuria, ira y la envidia–. Mi opinión es que más que amor propio deberíamos hablar de odio ajeno, porque al final el amor es un elemento no destructivo, y el caso del orgullo malo es completamente destructivo para uno mismo. Además, es un pecado capital, no va a ser el amor un pecado capital, por sentido común. Es esa situación en la que no te hablo porque soy más importante que tú, o bien me enfado contigo porque has pretendido ser más alto que yo. ¿Base científica de ese razonamiento? ¿Hemos vuelto a la época que por la honra y el honor se podía llegar a matar a una persona? Sin duda este orgullo sangrante limita a la propia persona, que, probablemente quiera hacer algo que no puede hacer porque ese sentimiento de amor hacia sí mismo se lo impide, decir cosas que no quiere decir o vivir como no quiere vivir, en conclusión, vivir en la mentira.

La única relación con el amor que le veo es que el amor, los enamorados parecen ser ciegos–como aquel hombre que se casó con la mujer más gorda y antipática del mundo, sólo porque le gustaba su pelo–, al igual que los orgullosos malos lo están. Mientras se miran al ombligo piensan que la gente le trata mirándose su obligo cuando está con él, y sólo ve egoístas por todos lados–dulce ironía de la vida…–, pasando por alto que cada uno recibe lo que da. Pero como dijo Homer Simpson, "es muy fácil echarse la culpa a uno mismo, pero mucho más fácil es echársela a los demás".

Ya he tratado dos pecados capitales en dos entradas, me quedan cinco–hace tiempo escribí sobre la envidia en "Nuevo grito de guerra". 

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