Si cae el muro
El muro es una basta pared que se alza de este a oeste, como línea divisoria entre lo que es el norte y lo que es el sur. Nadie ha medido nunca su altura. Como construcción humana se le supone un inicio y una terminación, pero nadie sabe si hay certeza en la suposición pues nadie pues nadie ha caminado hasta su final, ni nadie sabe siquiera dónde empieza. Lo único que está claro es que el muro nos protege de aquello que haya al exterior.
El muro lleva alzado más de dos mil años, separando el norte del sur, la tranquilidad de vivir bien de los miles de peligros que ahí quedan confinados. Separando las esperanzas de la desolación, la oscuridad del día, la muerte segura de la vida. Resistiendo el viento de dos mil años soplando con fuerza sobre sus paredes. Ninguna comunicación nos conecta con el otro lado. Nada nos indica que aquellos que se han atrevido a cruzarlo siga con vida. El otro lado está lleno de horrores.
El fuego en la antorcha se agita con el viento del norte. Las gruesas nubes sobre nuestras cabezas auguran que mañana el sol tampoco saldrá, cubriendo la luna y todas las estrellas tras ella. Una noche sin luz, una noche oscura. Bien parece que estemos solos en un enorme universo infinito herrando por la inmensidad. Sin destino al que ir. Entre los árboles del bosque las sombras del fuego se mueven como pequeños espíritus que se escoden por sus ramas.
Sólo se escuchan nuestras pisadas sobre la tierra. ¿Dónde estará el muro? Como una canción sin voces que la acompañen, marchamos mis compañeros y yo. Una canción que nadie canta. Una canción que, al igual que el muro, divide al cuerdo del loco. Nosotros no hacemos que el viento sople, al igual que no podemos controlar la voluntad de los dioses. Dioses de múltiples religiones que juegan a los dados para decidir qué será de nosotros. ¿Quién cuidará esta oscura noche de nosotros?
Corazones que palpitan temerosos de ser escuchados en una noche donde tan sólo las pequeñas ramitas rotas se escuchan bajo nuestros pies. Sólo las pequeñas chispas que saltan de la antorcha. No hay pájaros que canten por los árboles. No parece haber esperanza para un mañana en el que estaremos tan perdidos como hoy. Lejos de cualquier ciudad. Lejos del resto de humanos. Perdidos en un bosque, camino del muro, al que nunca debimos entrar. Al que se nos prohíbe la entrada.
Ideas peligrosas proliferan en nuestras mentes durante la travesía. ¿Por qué cada cosa ha de ser de una determinada manera y no de otra? ¿Quién decide qué está bien y qué está mal? ¿Y qué potestad tiene para ello? Nos preguntamos por qué tenemos tanto miedo a lo que hay más allá del muro, si seremos suficientemente valientes como para cruzarlo. ¿Por qué está mal visto ser un cobarde? Es como si todo mundo conocido, sumido en la más completa oscuridad de la noche, se hubiera venido abajo.
Si cae el muro sepultará bajo su peso la última esperanza del mañana, la última posibilidad de ser felices. Los héroes serán sólo fantasmas. Los árboles simples cenizas ardiendo. Nadie podrá diferenciar el cielo azul del dolor. Si cae el muro, los males del otro lado querrán abalanzarse sobre nuestro pacífico mundo. Somos los únicos capaces de detenerlo y aunque nos cueste la vida, aunque nos asedien las dudas, aunque no quede ni un brillo de optimismo en nuestras miradas, resistiremos hasta llegar al muro.
Si ha de caer el muro, podremos volver a casa de una vez por todas. Regresar a una vida que perdimos cuando nos adentramos en este bosque más allá del muro.
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