En el silencio profundo

Las primeras gotas de lluvia caen inaugurando el otoño. Me alegra poder asomarme a la ventana y ver que de nuevo nos visitan las nubes. Que de nuevo cae su agua sobre nuestras cabezas. De nuevo el petricor. De nuevo el sonido del agua golpeando la tierra. De nuevo todo se sume en un silencio del que nadie habla. Las calles se vuelven desiertos. Desiertos llenos de agua, vacíos de gente. Y mi mente se inunda de recuerdos que caen en mi memoria como gotas de lluvia.

Todo se vuelve tan tranquilo con la lluvia. Las hojas marrones que se resistían a caer hoy se precipitan con el peso del agua. Me encanta esta estación que parece que mire dónde mire siempre reza la misma verdad innegable: se acerca el invierno. Un invierno que esconde peligros. Hoy empieza realmente el otoño, con la primera lluvia, con el primer descenso de la temperatura. El suelo encharcado quiere con su reflejo que miremos hacia arriba. Quiere que veamos la lluvia caer.

De los recuerdos que en mi mente se asientan durante la lluvia está la actitud que tenía al final del verano. Una enorme motivación que ha ido decayendo. Me hace preguntarme adónde han ido esas ganas de seguir adelante. Dónde se esconde ese espíritu de lucha que impide que me quede tirado en el suelo mientras la lluvia cae sobre mi cuerpo. Quiero levantarme mañana con esa energía. Esa pasión que me hace ver lo bonito del mundo. Apartar el sentimiento de soledad de mi lado.

Respiro hondo. No encuentro la palanca que activa el limpiaparabrisas que aparte la lluvia de mi ser para seguir avanzando. Intento buscar en ese mar de recuerdos cuál era la razón que me hacía levantarme por las mañanas. Pero ya no está. Veo tras la lluvia claramente una sociedad que se preocupa de sí misma, exigiéndote ser el mejor. El mejor en aquello en lo que se te da bien. Destruyendo tu autoestima. Diciéndote qué te ha de gustar. ¿Dónde está la pasión que antes hacía latir mi corazón?

Siento que mi vieja amiga, la soledad, hoy se vuelve en mi contra. Con un calendario lleno de tareas por hacer, una libertad que el deber cohibe por mor de lo que he de hacer. ¿Qué razones me quedan para levantarme? ¿Qué me puede impulsar? Hoy viernes, pero en nada vuelve a ser lunes. De nuevo esperar al fin de semana… ¿qué sentido tiene todo si lo que me apasiona es visto e impartido con desgana? Casi mejor me quedo aquí tumbado, mojado por la lluvia.

Lo que hizo que me levantara no fue el sol. Fue la ausencia de lluvia. El cielo nublado, inestable, amenazante de arremeter de nuevo su furia contra la tierra. La luz de la primera farola anuncia el final de un día. Un día lluvioso. Había dejado de llover y yo sentía frío, pero en mi había una nueva fuerza, como si algo aparte del paisaje hubiera cambiado. Apoyé mis manos en el suelo mojado y con un impulso me puse en pie.

Con el pelo por la cara y la ropa sucia mojada recordé lo que define a los valientes. Lo que todos ven en mi. La capacidad de no rendirse nunca. Lo que no pensé durante el fin del verano, cuando tanta motivación sentía, era que caer está permitido. Me puedo equivocar las veces que sean necesarias. No hay prisa por hacer lo que debo siempre que lo haga bien. Levantarse es una obligación, por muy oscura que se muestre la tormenta siempre, siempre, después vendrá la calma.

Siempre hay una razón para levantarse cada mañana y otra para quedarse despierto cada noche. Haga el tiempo que haga, tanto como si llueve como si está despejado, un día genial está en mi y no en el mundo. Y hoy será uno de esos días.

  

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