Descalzo frente al horizonte
El agua acaricia mis pies en su vaivén constante. La arena se va hundiendo cada vez que el mar se retira para volver. Con la única luz de una luna a la que el tiempo le ha comido parte de su brillo, que se alza tímida y enorme sobre la casi inexistente línea del horizonte. Como una gran naranja a la que le faltara un trozo. Tan solo el sonido del mar. Me hace sentir en paz. En conexión conmigo mismo.
El horizonte está tan difuso en plena noche que pasa a ser invisible, nada separa lo finito de lo infinito. Por una parte las estrellas, la luna, todo el espacio, a mi humano parecer, inacabable. Me hace ver a la humanidad como un insignificante punto en el universo. Por la otra el mar, en la Tierra, tan grande que me hace sentir sentir pequeño. Un simple granito de arena en una playa tan pequeña para el mar que en ella va a morir, tan grande para mi.
Creo que podría considerar infinito toda aquella distancia que mi cuerpo impida recorrer. Cada segundo que pasa hay más cosas infinitas para mi. Una delgada línea imposible de calcular. Tan impredecible como la fecha de mi muerte, cuando hasta un centímetro sería el infinito. No seré ni el primer ni el último ser humano en sentirse limitado por su cuerpo. El tiempo, tan amigo como enemigo, nos limita en nuestra carrera por alcanzar una meta. Tan pequeños y tan cercados por una barrera temporal.
Muevo los pies de sitio. Bajo ellos se ha creado un agujero considerable y ya el agua me llega a mitad de la pierna. No me gustaría acabar bañándome. La luna, ya de un color más amarillento se eleva en el cielo, dejando un velo blanco sobre el agua. De vez en cuando la luz de un faro lejano hace pantalla en el cielo nocturno. Las olas rompen sobre la orilla, ora tranquilas, ora pesadamente. Y mis pies descalzos sintiendo como el agua se desliza al rededor.
Me gusta pensar que al otro lado del mar, a miles de kilómetros hay otro pequeño ser humano, descalzo frente al horizonte sintiéndose tan diminuto como yo. Conectados por un mismo mar. Compartiendo el mismo agua. Si somos tan pequeños entre la gente, pequeños en el universo, no puedo evitar preguntarme si realmente le importamos a alguien, si merece la pena estar continuamente luchando por aquello que queremos, si nuestra existencia tiene una finalidad o solo estamos destinados a morir dejando descendencia y un recuerdo.
La luz del faro vuelve a iluminar la línea del horizonte. Entre lo finito y lo infinito. Lo que está a ambos lados de la línea parece estar tan lejos como cerca. Me viene a la cabeza la duda de qué importancia tiene aquello que, en nuestro día a día, nos parece tan importante. Qué trascendencia tienen nuestras acciones en la historia. Una historia que se concentra en su gran mayoría en nuestro planeta. La luna ya se alza en el cielo completamente blanca.
Me hace preguntarme, ya que parece que somos el único lugar de todo el universo donde la vida ha triunfado, por qué creamos sociedades que se enfrentan, civilizaciones que acaban por extinguirse. De dónde surgen esas ansias de poder y la avaricia de querer tenerlo todo, por qué todos quieren gobernar el mundo. No alcanzo a entender cómo pueden existir malas personas que disfrutan con el dolor ajeno. La luna en el cielo hace preguntarme si cada ser humano es tan único como cree.
Quizás esto sea demasiado para una noche. Quizás sea mejor vivir sin saber muchas de las respuestas a los interrogantes que se me vienen a la cabeza. Quién sabe si en otra vida, en una época pasada, pudiera haber sido filósofo. Me doy la vuelta y camino de espaldas a un mar que se tragará esa amalgama de preguntas sin respuestas. Respuestas que quizás nadie quiere saber.
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