La cocina

Del lugar donde nacen los mejores olores, donde reposan los ingredientes que dan fruto a una fiesta de sabores en el paladar de todos los comensales. Ese sitio donde se transmite la clave del amor, en una receta que mezcla a fuego lento la sabiduría de la tradición con el toque picante de la innovación y de la juventud. Allí dónde se cuece la alegría de la sal con la seducción de lo dulce.

De pequeño escuché que no debía buscar hacer lo que amo, sino aprender a amar lo que hago, de esa forma, de mi saldrán maravillas. No sé si será fácil o difícil tenerle afecto cualquier otro oficio, pero la comida, para mi, es igual que un bello jardín en primavera, o la chica más mona de todas, me es imposible no quererla. Como si un filete dorándose en el aceite ardiendo salpicante fuese verdadera música para mis oídos.

Casi me veo en la obligación de admitir que a un hombre se le gana por su estómago antes que por cualquier cosa, y es otra de las grandes razones por las que adoro mi trabajo, casi sobre todas las cosas terrenales. En mi cocina, donde las especias se unen creando sabores únicos, dándole esa vida tan especial a cada plato que aquí se sirve, brindándoles un sello tan característico. Es ese lugar donde hay que tratar con mimo a todos y cada uno de los ingredientes.

Cocinar un postre es tan dulce como ese primer beso, desde el momento en el que se tamiza con cuidado la harina y con mucho cariño se vierte la mantequilla y el azúcar. Disfruto del momento en el que la masa se mete en el horno y la levadura comienza a hacer su magia, haciendo que ese gran postre vaya haciéndose más y más grande, emanando de él esos suaves aromas que hacen que la boca se haga agua con tan sólo olerlo.

Cuando la buena carne sobre la plancha hace ese sonido tan característico, donde el rojo pasa poco a poco a ser una cobertura de dorado que huele a una gran fiesta. Una celebración donde el anfitrión siempre espera que sus invitados coman tan bien como lo harían en un buen restaurante, sin que nada salga mal. El sabor del pescado que tantos recuerdos de buenos días en la playa en familia, con los aromas característicos de los chiringuitos, donde tantos buenos momentos he pasado.

En una olla con agua y aceite como elementos básicos para comenzar a cocinar una deliciosa sopa, quizás no cómo lo haría un cinco tenedores, pero sí cómo lo harían antaño. Una sopa que reúne a toda la familia, sentadas en torno a la mesa en un frío día de invierno, junto a la gente que más quiero, las que siempre están ahí y nunca me fallan. Esa sopa que es capaz de unir a la familia más dispersa con su aroma añejo y nostálgico.

Si hay algo que por mis fogones nunca pasará es la venganza, un plato que se sirve frío. Ese que crea un círculo vicioso de hostilidades, hasta que se corte como la mayonesa por la ofensiva mayor. Que si tengo un sueño ese es que todo el mundo se siente a la mesa a comer y la misma comida sirva de union, y jamás vuelva a ser motivo de división. 


Allá donde nacen los mejores olores, donde se sirven platos para unir a la familia y a los mejores amigos. Ese lugar donde siempre sale un buen guiso, donde las conversaciones se hacen más amenas y el tiempo se para haciendo la vida un poco más dulce. Donde la tradición, lo antiguo y añejo se mezcla con la innovación, la novedad y la sorpresa. Ese lugar es la cocina, y yo soy el cocinero. 


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