El silencio del recuerdo
El cielo estaba completamente nublado, las nubes presagian una tormenta casi inmediata. La velocidad a la que se movían, lo que en otro contexto podía denominar metafóricamente «algodones del cielo», era tal que me hacían sentir pequeño. Sentado en la cornisa de este rascacielos con alzar la mano casi podía alcanzarlas, pero yo no quería hacerlo. Apenas quería moverme de donde estoy.
Sobre la grandiosidad de este edificio, donde parece que puedo contemplar prácticamente todo en un radio de casi sesenta kilómetros, pero mi mente no está ocupada en eso. Ni en el vértigo que pudiera sentir estar sentado al filo de una cornisa, a varios miles de metros del suelo, sin más protección que la confianza en que no me voy a caer, un día de viento como hoy. Detenida en un recuerdo, un simple recuerdo que mantiene mi mente bloqueada en la nostalgia.
Parecía que tarde o temprano iba a llover, pero yo podía pararlo, hacer que no lloviera y evitar mojarme, pero no quería hacerlo. Todo estaba bien así. Veía a los coches ir y venir por las calles, eran pocos para ser un día normal. Tal vez fuese por miedo a la tormenta que se avecinaba. Mi nostalgia podría confundirse con una osadía, por el sitio que me había buscado para evadirme del mundo. Un lugar donde el silencio se hacía predominante.
Tan sólo el viento se atrevía quebrantar la silenciosa armonía del ambiente. De cuando en cuando un conductor osaba a interrumpir el silencio con el claxon de su coche, por cualquier tontería seguramente para nada importante. Pero apenas le prestaba atención a los ruidos que se escuchaban de fondo. Mi mente más que en blanco estaba en verde, en el verde de la naturaleza. Pensaba en un túnel hecho por la naturaleza que transportaba a un sitio tan mágico y especial…
Recordaba cómo era aquella sensación de sentir la humedad en el ambiente, el sonido del agua cuando pisaba un charco sin verlo, y el del arrollo que me esperaba a la salida, con su agua tan cristalina como fría. Curiosamente las montañas evocaban en mi la misma sensación que la mar. Esa tranquilidad, esa sensación de infinito al verlas, el sentimiento de estar donde me corresponde, ni en un puesto más alto ni en uno más bajo. Era como ver un trozo de piel desnuda del planeta que habitamos.
Aquel sitio se me vino a la mente, y tengo la teoría de que algo tubo que ser el detonante para que recordara aquel lugar con tanta intensidad, no obstante, el origen de mi melancólica nostalgia carecía de relevancia. Debía volver… estaba claro, aunque tal vez ese sitio no valdría más de lo que es si no fuera por la bella brujita que un día allí me embrujó. Será cierto aquello de que el lugar no es lo importante, sino lo que en él sucede, y este joven mago muchos lugares ha visitado.
Este lugar en el que me encuentro, silencioso, arriesgado y pacífico, donde nadie se atreve a estar, salvo los que tienen la certeza de que no van a caer, era perfecto para reflexionar. No tan sólo sobre la vida, sino para hacer un alto en el camino, girar la cabeza hacia atrás y ver la trayectoria recorrida. Pudiera ser mejor, pudiera ser peor, pero el camino seguido no puede variar, tan sólo se puede enmendar. Oía el viento, y eso me relajaba más que ninguna otra cosa.
Echo de menos cuando mi brujita paraba el tiempo para deleitar al mundo con un gran conjuro semanal, al igual que siento nostalgia por aquellas montañas del norte donde el lobo se encontró con el águila. Miro hacia adelante, parece que por el oeste se está despejando, se apresuran buenos tiempo. Pero eso no impide para que me pare a reflexionar, sobre esta cornisa, sobre silencio de los recuerdos.
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