En el camino
A lomos de mi caballo, sin más rumbo que el que marca el destino bajo mis botas, si es que el destino existe. Por ley la que marca mi corazón, que no hay mejor rey que este que, sin ser dictador, dicta con sus latidos el ritmo de mi cuerpo. Sin más fronteras que las que dibuja, en su libre albedrío, mi consciencia, que es la mejor bandera que puedo tener, pues es la que mejor me representa.
De todas las horas que tiene un día, hay una que al filo del anochecer que envuelve todo de una mágica luz anaranjada. Algo en mi memoria debe andar mal, pues todos los días contemplo tan bello espectáculo, y todos los días siento esa emoción que recorre mi cuerpo cuando el viento peina delicadamente los enormes campos de trigo, que bajo esta mágica luz parecen arder, cuando los pájaros cruzan el cielo, buscando dónde pasar la noche que se avecina a a paso forzado.
Pues yo, sinceramente, prefiero quedarme como estoy. Sé que lo suyo es querer dinero, más y más dinero para poder tener todo lo que quiera, o pueda necesitar. Tal vez con esta actitud esté desafiando a ese todo poderoso destino, pero, ¿qué hago si ya considero que tengo todo lo que hace falta en esta vida? Que no me hace falta nada material para ser tan feliz como lo soy a lomos de mi caballo.
Las sombras de la arena del camino dibuja formas que mi mente relaciona con otros objetos, a veces cotidianos, cosas simples que antes me había encontrado en mi vida, otras veces extravagantes formas a las que mi imaginación les iba asignando nombre. Alzo la vista. No sé qué me deparará este camino, si será bueno, será malo, si caminaré en círculos, si me llevará adonde debería estar… ¿Y ante una bifurcación? Las dudas podrían rozar al infinito si se pudieran numerar.
Hay quien dice que lo bueno vendrá en el camino, mientras que lo malo pertenece a otro mundo, el mundo del pasado, un mundo que cae agónico en el olvido. Y tal vez esto sea verdad, pues la memoria usa un proceso para almacenar sólo los recuerdos buenos, los desagradables los desecha. Miro desafiante a la arena, ¿y tú a mi qué me deparas? Le pregunto sin saber en absoluto la respuesta, pese a la retórica del interrogante.
Con un leve gesto con la bota, mi caballo comienza a andar a paso lento. Quizá una tontería, tal vez un verdadero pensamiento trascendental, me hizo emprender el camino olvidándome del futuro. Tampoco era tan importante saber a cada momento lo que me va a pasar como lo que está pasando, y ya que el destino no existe, pues creo ser libre de elegir el camino que yo, sometido a mis gustos personales, vea a bien estar, decido continuar adelante en esta loca aventura.
Sé que un camino nunca será bueno si en él se pierde lo único que no te pueden robar: la propia identidad, pues en cada uno de los senderos de la vida puede cambiar el pensamiento, la forma de ser, incluso el aspecto físico, pero nunca, nunca cambiará quién soy pues es mi yo más intrínseco.
Me voy alejando por el camino al grácil trote de mi caballo, contemplando cómo el sol va descendiendo poco a poco, haciendo que mi sombra parezca más grande que mi propia alma, hasta fundirse en el mundo de la noche. Oscuridad en la tierra y últimas luces de un gran día en el cielo, se acaba mi parte favorita del día para dar paso a la parte más romántica. Cuando el día deja de ser día y se convierte en noche.
Comentarios
Publicar un comentario
Me gustaría saber tu opinión sobre esta entrada.