El sueño de la libertad

Un pequeño pajarito cruza el cielo, sin ser pensar adonde va, ni dónde está, batiendo sus alas para volar tan alto como quisiera, expandiéndolas para planear e ir donde le plazca. Si existe una palabra para definirlo, esa es «libre», como a mi me gustaría serlo. Ese anhelo de la libertad que me hace desear lo que antes tuve y algún día serán míos de nuevo. Mientras espero en esta celda, donde la luna me visita cada noche.

Cuando el sol nace por el horizonte y su luz baña de dorado la celda, dando vida a la luz del fluorescente, que tristemente alumbraba sin alma esta habitación, es cuando vuelvo a recordar que sigo preso. Me desespero al ver los días pasar en balde, los días que hasta la soledad rehúye de mi compañía. Me vuelvo loco al ver que un suspiro escapa por los barrotes, cuando inútilmente alargo el brazo para agarrarlo y que me lleve adondequiera que vaya.

Ahora, desde mi celda, empiezo a apreciar aquello que siempre he tenido y, que un día, por quebrar las leyes del hombre las he perdido. Estar aquí es un quiero y no puedo, pues tengo todo eso tan cerca y está temporalmente tan lejos… Y comprendo mucho mejor, desde que aquí me internaron, que la vida no es para detenerse en nimiedades que la llevan a mal, sino disfrutar aquellos momentos que la engrandecen.

En mi anhelo veo una playa infinita, donde sus arenas rozan las aguas, y en la mar los barquitos navegan bajo el radiante sol veraniego. Allí donde van niños y mayores a disfrutar, a pasar un día fuera de sus rutinas, a bañarse en el agua… También veo cometas volar, de múltiples colores y formas que le dan un toque de alegría al cielo azul. Quién pudiera alzar el vuelo, y salir de aquí como una cometa.

Además oigo llover como si fuera la primera vez, en mi casa, el único sitio que verdaderamente puedo considerar hogar. Junto a mi familia, todos reunidos alrededor la mesa camilla, protegiéndonos con el escudo de calor que proporciona el antiguo brasero del hostil frío invernal que allí fuera acecha. Mientras por la ventana puedo ver los tronco de los árboles oscurecer y el bello contraste del reflejo del agua sobre sus hojas. Y ese olor de tierra mojada que embriaga el ambiente, le aporta esa belleza de lo nuevo, lo inusual, algo exótico.

Quiero ser libre, como los niños que escucho jugando en mis sueño, que me devuelven a mi infancia, cuando apenas sabía qué era esa libertad que tenía, ni el precio tan alto que conlleva el perderla. Quiero oler la primavera cuando llega tras un crudo invierno, y ver las flores asomarse entre la maleza que resistió al frío. Sentir que el otoño, llega a mi tierra, vistiendo a los árboles de abrigos marrones, del mismo color que el manto de hojas sobre las aceras.

Sueño con volver a oír la alegre música que me hacía bailar, olvidándome de todo lo que en el día me hubiera pasado. Al compás de un ritmo que aceleraba mis latidos, bajo el brillo de una hilera de bombillas en la verbena del pueblo, donde la alegría corría por las calles. Podía sentir el sabor de una comida de las tradicionales, como las que hacía mi abuela, aún sobre mi lengua.

Mi sueño llega a su fin, y con esto encierro de nuevo mis penas en esta pequeña celda, a pasar otro día más de los miles que aquí llevo. Pero me resulta imposible olvidar ese momento en los que el viento mueve las hojas formando pequeños remolinos, y acaricia mi rostro cuando miro a la mar, sintiendo el infinito entrar por mis ojos. De mi cabeza no sale la imagen de esa muchacha que con sus caricias me envenena, la que con sus brazos me rodea diciéndome que ella es mi carcelera, porque si salgo de esta cárcel y es un delito el quererte, no me importa quedarme aquí para toda la vida. 


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