Tiempo para vivir un sueño
¿Se puede guardar la música en una pequeña cajita? Con exactitud no sé quién fue el genio que se planteó esta simple cuestión, pero tantos niños y niñas, de todas las edades, le deben tanto. Consiguió meter la infancia de miles de persona en ella para que sólo que con un giro de muñeca pudiera desbocar cientos de los mejores recuerdos de la niñez.
No sabría precisar el porqué exacto, la razón que me hiciera encontrarme rebuscando en un viejo baúl, pero ni siquiera me lo cuestionaba. En aquel desván polvoriento, donde mi vida había decidido tomarse un breve descanso, un inciso del ajetreo diario, de atascos, enfados, hipocresías, responsabilidades que han sido impuestas, un receso de las consecuencias de unos actos, que a mis ojos nada malo aportan, pero que entran en conflicto con otra moralidad más influyente. Para bien o para mal, un pequeño descanso no vendría mal.
Por muchos es bien sabido que para avanzar dos pasos, antes hay que dar uno atrás, y parecía que estaba estancado sin poder avanzar, cuando, en vez de hacer lo que debía, mi alma se perdía en los fondos de pantalla de inmensos paisajes donde el horizonte sólo se hacía palpable en unos tristes píxeles que nada expresaban. Cuando mi mente se negaba a cumplir la obligación y mil ideas florecían de ella, pero para mi desgracia, ideas que poca relación guardaban lo que debía hacer.
Un suspiro sordo se me escapó desde lo más profundo de mi ser. Tantos objetos en aquel baúl, aun de precio medianamente bajo, guardaban en sí un valor incalculable. Ese olor que no se podía encontrar en ningún otro lugar, que no se podía comprar ni vender, aunque mayor valor tenían los recuerdos que ese olor a antiguo desataban. Parecía no tener fin, y sólo había cosas de mi infancia, hasta encontrar una pequeña cosa que me dejó anonadado. Como si fuera una caja de Pandora, la miré con curiosidad, ¿qué era esa pequeña cajita? ¿qué guardaba en su interior?
Con delicadeza intenté abrirla, pero me fue imposible, y no quería ejercer mayor fuerza sobre ella para conservarla intacta. Contemplé que por su parte trasera temía una pequeña hendidura, un pequeño resquicio que parecía una minúscula cerradura. Por el fondo del baúl busqué aquella llave, hasta encontrarla, dorada, como si fuera una llave para dar cuerda, la cual encajaba perfectamente. Dándole algunas vueltas contemplé que la caja no hacía nada, pero fue al intentar abrirla cuando, sin hacer mayor esfuerzo que la anterior vez, cedió.
Un pequeño mecanismo hizo girar una rueda dorada con unos pequeños bultitos que hacían vibrar una pieza de metal oscura. Todo el vello de mi cuerpo se me puso de punta en aquel momento en el que empezó a girar y a sonar esa dulce, pero melancólica melodía, tan suave, tan lenta, como si cada una de sus notas fuese directa al corazón, incidiendo en él, reposando en un hueco del mismo. Dejaba que la música fluyera por todo el antiguo desván.
¿Cómo era posible que esa pequeña cajita y su dulce melodía causara en mi sensaciones tan adversas como la alegría y la tristeza? La alegría de dejarme soñar por un momento que duraba la canción, de alzarme a volar con unas alas del blanco más puro por los cielos, evadirme a un mundo de fantasía que, sin palabras, formaba, donde los males no tenían cabida, donde la felicidad y la paz eran las reinas absoluta y como presidenta tenía a la calma.
La tristeza sólo me la daba el saber que ese mundo no era real, que por mucho que quisiera compartir mi alegría sólo me encontraría una sociedad basta e insensible que despreciaría e infravaloraría tan bello objeto. Aunque quizás, y sólo quizás, ese mundo de fantasía fuera real si lo compartía con la persona adecuada, la cajita de música me hacía ver que no todos estaban preparados para ver ese mundo de fantasía.
Siempre hay tiempo para vivir un sueño, un sueño que se encontraba a tan sólo un giro de muñeca.
Comentarios
Publicar un comentario
Me gustaría saber tu opinión sobre esta entrada.