El guerrero de las sombras

"Cuán gritan esos malditos, pero mal rayo les parta, si en terminando esta carta, no pagan caro sus gritos" esa necesidad impetuosa de pregonar y vanagloriarse de sus actos, ¿sólo es bueno el que presume de sus buenas obras?

Con un antifaz negro cubriéndome los ojos, y protegiendo mi espalda, mi capa del mismo color observaba desde las sobras la humanidad, sin ser visto por nadie. Había de dos tipos diferentes, por doquiera que viajara, me los encontraba del mismo modo: los que, subidos a un podio, suciamente se vanagloriaban de lo que en un pasado hicieron, intentado que todos se enteraran de lo grandes que habían sido, y son, por haber desempeñado una determinada tarea que les llevó a la gloria. Y luego el grupo que mientras los anteriores se echan flores, ellos trabajan sin reivindicar reconocimiento alguno.

Otra de las cualidades de los charlatanes es que, al conocerse tan bien, desconocen por completo la labor que hacen los demás, a menos que sean de su casta, por lo que desprecian a estos y los tildan de holgazanes, estando en plena incertidumbre sobre sus actos. Si simplemente llevan a cabo buenos quehaceres por su posterior reconocimiento, la tarea en sí está vacía, pero esta oquedad se debe a que la acción en sí ya está llena, pero no de lo correcto. Llena de egoísmo, de narcisismo y gloria personal, entes plenamente efímeros que igual que vienen, se van. 

Hacer un algo bueno, por alguien, algo humano, nunca se hace gratuitamente, por nuestra condición humana siempre necesitamos ser pagados o recompensados con algo, y cualquier cosa no es válida, no obstante el criterio para determinar qué moneda de cambio es válida y suficiente es personal, y he ahí la diferencia entre estos dos bienhechores, entre loas auténticas divas que, engreídos y con altivez creen que ellos merecen mucho más de lo que dan y se cobran las ovaciones de un público que formarán; y los que sólo con saber que alguien es feliz por su ayuda prestada les basta.

Una sonrisa en aquel que necesitaba ayuda y se le presta incondicionalmente, un simple gracias de alguien que, discretamente, reconoce el esfuerzo realizado el cual no te esperas, una mirada de sosiego de alguien tras librarlo de una pesada carga, ¿no son estos gestos suficiente recompensa, y mucho más valioso que cualquier halago de un público que ni siente ni padece porque no lo han vivido? Estos gestos, salvo muy puntuales excepciones, no se aprenden, salen directamente del alma.

¿Cuántos habrá en este mundo tan poco reconocidos eclipsados por fanfarrones que apenas llegan a hacer ni la mitad de lo que presumen? Tantos ángeles que por este mundo andan sin alas ni aureolas que los distingan, haciendo el bien allá por donde van sin pedir más que una sonrisa a cambio. Tantos que no les importa tender su mano en favor de ayuda sin esperar nada a cambio, sólo ellos son los verdaderos pilares del mundo.


Con mi antifaz y mi capa de oscuro color dejé que aquel que pregonaba en lo alto de un podio que se ganara por su pico de oro los favores del público. Estaba claro que él quedaría de bueno, pero queda en su moralidad el que por las noches concilie el sueño con su escasa honradez, o se remuerda por haber engañado a una masa de personas que le tendrán por lo que no es. A los ángeles sin alas también corren la misma suerte, pues la gente lo tendrán por lo que no es, sin saber que son auténticos santos en vida, pero la diferencia radica en la honradez y que pueden sentirse bien consigo mismo por hacer lo correcto, y a la gente, y sus pensamientos, que les vayan dando.


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