El poder de la palabra
Nadie tiene tanto poder como ellas, base de todo, dan significado a todo sin ser nada, los átomos que a la humanidad la hacen ser lo que es y lo que no es. Tan ambiguas y retóricas como directas e incidentes. Se pueden dividir en partículas subatómicas, pueden constituir un macro objeto, tan mágicas e invisibles que nadie repara en ellas.
Las palabras, esas mágicas entes que hacen todo sin ser nada, nadie puede coger una palabra, nadie puede tocarla, palparla. Son partes de un ser vivo que por ellas y en ellas vive, tan variantes como constantes. Las que en sí forman un significado, las que necesitan ser acompañadas de otras de su calibre para poder dar a conocer su sabiduría, aquellas veletas que con quien anden así se muestran.
Esas palabras científicas. Breves y concisas. Desarrollar en muy poco espacio una larga idea. Mensajes directos, concisos e inequívocos, objetividad. O aquellas palabras cargadas de ironía y una retórica bastante sobrecargada, adornadas con cientos de miles de millones de detalles que hablan sin decir nada, que llega al punto de ser calificadas con el injusto adjetivo, bastante subjetivo, si se me permite el comentario, de pedantes.
Palabras caídas en desuso, que ya a nadie se le ocurre usarlas, las que están apunto de desaparecer, palabras recién creadas que los más antiguos no dominan. Esas que dependiendo de su entonación varía radicalmente su significado y siembran la duda sobre la intención original. Hay palabras que suenan como si de música se tratase, buscadas por poetas y escritores, las que son malsonantes, hirientes que ningún bien persiguen, las que son bastas y grotescas que nadie quiere escucharlas de la boca de alguien.
Unas palabras que dependiendo quién las diga tienen más fuerza que el viento, pero si otro las dice, es la fuerza del viento quien se las lleva. Las que con malicia humillan al débil por miedo a que el fuerte pierda su posición alfa siendo destituido por el insultado, palabras de embaucadores y encantadores se serpientes que camelan tras una máscara de una falsa amistad. Palabras suaves, de apoyo, tan necesarias en momentos críticos de un amigo que, acompañadas de unas palmadas en la espalda, son tan esperanzadoras que de todo mal libran.
Palabras sobre papel que sentencian a una vida a la muerte sin que un mísero temblor en la mano que lo firma le provocara, o aquellas que como orden se acatan para comenzar un nuevo ataque sobre la inocente población civil en una guerra que a ellos ni les va ni les viene, o las que usadas sin una base real son usadas para despertar el odio entre las masas. Las hermosas palabras de los grandes escritores, de intelectuales que su sabiduría transmiten de forma tan bella que, usando solamente la razón, aun siendo una crítica, dan con mano de hierro pero con guante de seda.
Las hay hipócritas de un enemigo que poco tienen que decir con tal de herir, usadas sutilmente, o bruscamente, como indirectas evasivas de cobardes incapaces de hablar claro con su némesis, sin otra intención que fusilarlo dejándole impotente. Las dulces palabras de unos enamorados que sólo el bien a su pareja le desean, esas palabras de la persona indicada que de un profundo agujero de día negro te sacan, capaces de sacarte una sonrisa y hacen que ese día no sea uno perdido.
Para esa palabra tan grande que expresa tanto siendo en sí tan poco, con la A, por donde todo empieza, la que todo lo mueve y lleva la M de tu nombre, una palabra tan bella como ella sola, amor, o la fuerza que en ella lleva el verbo querer en primera persona, cuando lo acompaña ese te que señala con el dedo a quién va dirigido. Esas personas de cuya boca salen palabras tan hermosas que dan sentido a la lengua, porque una lengua sin palabras que la embellezcan y te pongan los vellos de punta es una lengua muerta.
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