Que siga la tormenta

De un tiempo que muchos llaman pasado pude oír un eco. Cuando dioses tan antiguos como el tiempo jugaban a ser humanos y los humanos miraban a los cielos queriendo ser dioses. Un pasado que los mayores recuerdan con nostalgia. Más simple, más tranquilo. Cuando el sol y la luna eran hermanos de los hombres y no simples astros orbitando el planeta. Una anciana de la aldea me susurraba cuando era tan solo un crío que nunca debía detener una tormenta cuando esta desata su furia.


Las temperaturas empiezan a bajar día a día. De un verano cálido pasa a un otoño tranquilo, y con él las nubes que cubren el cielo. La lluvia augura que se acerca un invierno inminente y frío. A mi mente vuelve las palabras de la anciana. Los truenos me devuelven a mi infancia, corriendo a esconderme por miedo, con fascinación mirando el cielo iluminado por los relámpagos desde mi improvisado refugio. Podrían pasar meses sin volver a ver un día soleado.

Cuando de pequeño me decía que nunca debía parar una tormenta lo aceptaba, con la facilidad que tienen los infantes de aceptar todo aquello que no comprenden. Quizás mirar atrás siendo adulto, volver a la infancia tenga poco sentido cuando el mundo para mi ha cambiado tanto. Es inevitable no ser quién se era antaño. Pero algo en mi interior permanece inamovible. Una parte dormida que se apodera de mi ser cuando hay lluvia. Las palabras de la anciana resuenan en mi cabeza.

Pienso que cuando la mujer me decía que nunca detuviera una tormenta, me estaba diciendo que el ser humano puede llegar a hacer cosas increíbles, desde la más alta torre hasta el más profundo de los pozos. Puede explorar los mares y construir murallas tan grandes que ningún enemigo ose escalar. Pero por muy lejos que pueda imaginar llegar, hay fronteras que no conviene traspasar, árboles a los que no conviene trepar y ríos que no conviene nadar. Y una tormenta, aunque se cuente con los medios, nunca hay que hacerla parar.

El frío viene con la lluvia. Cada gota que cae al suelo es un recuerdo de los momentos más felices de mi vida. Son lágrimas de todos los momentos de mi vida que otrora dolieron, y que, acompañados por el olvido, encuentran la salida de mi mente para no volver jamás. Son años que no pasan, despedidas que se hicieron eternas con el adiós fugaz que las culmina. Cada gota que va calando en la tierra y llega a las raíces de las plantas que crecen verdes. 

El característico petricor que fluye por mi ser, me aparta del tiempo y me lleva a mi primer otoño, mi primera lluvia. ¿Qué tendrá ese olor que hace sentir feliz y a la vez nostalgia? Son miles de recuerdos los que con este olor se han formado en mi mente y, aunque fueran tristes, siempre quedaba ese sentimiento de felicidad que el petricor me infundía. Me encantaría inmortalizar con palabras a qué huele la lluvia cuando sus gotas besan la tierra.

Los rayos que caen son como un llanto que se escucha en la noche. Mezclan en mi el sentimiento de miedo que sentía de pequeño con la fascinación. Veo tanta belleza en un cielo completamente iluminado por esa fuerza de unos dioses enfadados con el mundo. Los charcos y la voz del agua caer, que aunque poca gente la escuche, es el sonido más agradable que pudiera haber de fondo. De pronto, todas esas sensaciones se ven interrumpidas, la anciana estás detrás de mi, como si el tiempo no hubiera pasado para ella, no así para mi.


«Nunca detengas una tormenta cuando esta desata su furia, chico. No solo es agua que cae, es una vida que renace con cada gota que toca el suelo. Deja que siga la tormenta. Disfruta de la tormenta»


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