Sangre de dragón
En el desván de los sueños olvidados, donde el tiempo que pasa sin ser visto y el polvo va creando una fina película sobre todo objeto allí almacenado, se encuentra un antiguo libro muy, muy gordo que cuenta historias de eternidad que un día se dejaron de contar. Leyendas de un pasado tan lejano que nadie en el mundo queda vivo para recordarlo. En sus páginas se narra cómo otrora todo mundo conocido estaba cubierto de hielo y cómo el cielo era dominado por inmensos dragones.
El gélido viento asedia a quien, desde el suelo con sus pies sobre la nieve, alza sus ojos hacia el cielo para ver dragones volando alrededor de un sol que poco calienta. Miro arriba y lo único que quiero es volar como ellos. Sobre los dragones van los jinetes de fuego, que sin miedo a nada, surcan los cielos. Me pregunto qué se sentirá, si pasaran miedo en su primer día, qué debo hacer yo, un hombre de la nieve, para ser como ellos.
Uno de estos días en los que miro a un cielo completamente cubierto, envolviendo de un azul verdoso todo el ambiente. Cuando nadie me dice que he de hacer, nadie me ayuda a buscar mi lugar, nadie vuelta alrededor del sol, miro arriba y sólo veo, entre las nubes, el reflejo de quién quiero ser, una mera ilusión provocada por un sueño que tal vez me esté cegando, o quizás abriéndome un camino a una nueva vida. Fue cuando unos ojos de dragón se posaron en mi.
Nadie te mira con más intensidad, nadie es capaz de atravesarte tan bien y verte el alma a través de esas pupilas. Tengo la sensación de estar desnudo, siento un escalofrío por la espalda. Nunca había visto un dragón tan cerca, con sus pies en la nieve. Cojo mi lanza,y me aproximo a la hermosa criatura con cuidado, aún no sé si me atacará o será manso. Pero como ocurre con todo en este mundo, un gesto hostil lleva a una respuesta hostil.
El dragón me mostró los dientes, abriendo sus alas para parecer más grande, clavando su penetrante mirada en la lanza. Quería demostrarle que no intentaba hacerle daño, pero tenía miedo y me costaba deshacerme de mi lanza. En un acto de fe infinita en el animal dejé lentamente el arma en el suelo, bajo su atenta mirada, la que salía de sus enormes ojos castaños. Acerque mi mano a su enorme hocico. Intentaba que no se notara la tensión ni el miedo que sentía a que el dragón reaccionase bruscamente.
Solo soltó un breve gruñido de advertencia, avisándome de que estaba depositando en mí una confianza que debía ganarme. Seguí avanzando pese a toda advertencia que el enorme animal me gruñera. Hasta que mi mano rozó las escamas que formaban su hocico. Entonces me di cuenta de la nobleza del dragón. No sabía si este iba a ser un día especial por ser la vez que vi un dragón sobre la nieve, o porque fue el inicio de una gran amistad. Solo quería que ese momento no terminará nunca.
Día tras días, fui al lugar donde el dragón se posaba en la nieve, y ahí estaba él, todos los días bajaba del cielo tan solo para verme, y por la noche volvía a subir de nuevo a su mundo. Yo le traía comida de mi pueblo, incluso me invitó a montar en su lomo a surcar las nubes. Que me convirtiera al final en un jinete de fuego, esa es otra historia. Así es como yo, un simple hombre de la nieve morador de las cavernas, cambié mi sangre por la de un dragón.
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