Siempre tan guapa
Aún no ha amanecido y ya empiezo a ver por la ventana unas cuantas luces encendidas en las casas de nuestros vecinos que se han desvelado por algún motivo cualquiera. Pensé que en cada casa hay una historia, única e irrepetible. A lo lejos podía escuchar el suave sonido de las olas chocar sobre el hormigón del puerto y el crujir de los barcos allí amarrados. El cielo empieza a brillar con las luces que son el preludio del alba, y tu cara permanece imperturbable pegada a la almohada.
No sé si despertarte para que veas el hermoso paisaje que se asoma por la ventana para darnos los buenos días, o dejarte abrazada a las sábanas con ese semblante que mezcla la armonía del sueño con la paz de verte dormir. Entre tus ojos cerrados, tus rizos perdidos por la almohada y esa curva que hacen las comisuras de tus labios que parecen esbozar una bella sonrisa, no me explico que te veas mal al despertarte, cuando para mi es una faceta tan bonita y tierna de ti.
Los primeros barcos comienzan a arribar al puerto, me figuro que serán los pescadores regresando después de toda una noche de faena para vender toda la mercancía en la lonja. Otros salen del puerto a mar adentro, seguramente yates de gente rica que sale a ver el amanecer en alta mar. Un gran crucero llega rezagado para anclar en el puerto antes que los turistas despertaran a un nuevo día cargado de aventuras. Se respira tranquilidad a esta hora de la mañana.
Vuelvo a contemplar la paz que hay en tu onírica burbuja, escucho tu respiración, lenta y acompasada, tan calmada, serena e imperturbable. Si supieras que lo daría todo por entrar un minuto en tus sueños, saber qué es lo que en este momento está pasando por tu cabecita, tan ajena a lo que pasa en el mundo, y sumergirme en ese mundo de fantasía que no sólo difiere del mío, sino que lo complementa con los matices más finos y delicados, como las flores.
Muy pocos coches circulan por las carreteras, y los que lo hacen llevan encendidos sus faros porque aún no ha salido el sol. Uno de los primeros trenes avanza despacio por la vía, recordándome a esa locomotora antigua a vapor que hasta hace poco llevaba a nuestros antepasados de un sitio a otro. Los pocos transeúntes caminan despacio por la arena de la playa, señal inequívoca de que están dando un relajado paseo sin rumbo fijo. Y tú tan ajena a todo este mundo que parece sumido en tu misma paz.
Contemplo cómo la fina sábana que cubría tu cuerpo se encuentra ahora hecha un gurruño blanco entre tus brazos, tu parte de la almohada apenas era visible por la marea de cabellos oscuros y perfectamente rizados, naciendo de tu cabeza y acabando en algún lugar perdido entre tantos cabellos. En tu mesita de noche reposa en un pequeño cuenco con agua la flor que ayer te regalé, y una foto de nosotros, esa que hicimos en el último viaje que salió tan bonita.
El sol empieza a asomar tímidamente los primeros rayos por detrás de las montañas, y su luz se refleja en el techo de la habitación bajando poquito a poco por la pared hasta llegar a tu carita, iluminando tu rostro, dándole ese color tan bonito que hace que seas única. Tengo la impresión que te estás haciendo la dormida, disfrutando de esos minutos que le puedes sacar a la cama antes de empezar un nuevo día, cuando la consciencia se mezcla con el sueño.
Abres los ojos lentamente, y buscas mi cara entre las sabanas, hasta que la encuentras sonriéndote, sentado en mi lado de la cama, y un «buenos días» en los labios.
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