La niña de mis ojos
Esos dulces ojitos con los que mira a su padre sin duda los ha sacado de mi mujer, al igual que esa sonrisa tan pura que llega al alma. Esos tirabuzones que se menean cuando viene saltando en busca de un abrazo y ese carácter tan fuerte pese a las seis primaveras que cumplió recientemente me recuerdan a esa Sicilia añeja en la que me crié. Si no es el ser más hermoso del universo, ¿qué puede serlo? Y es que un hombre que no se entrega a su familia no es un hombre.
Ella ya tiene sueño y quiere que yo la arrope, en eso no hay problema, pues siempre consigo sacar el tiempo necesario para mi niña. Para que nada perturbe su sueño aquí está su padre, el que a sus ojos es un superhéroe, invencible y el más fuerte de la tierra, dispuesto a espantar al coco, y a cualquier monstruo pusilánime que viva en un rincón de su habitación. Ella se mete en su cama con expresión soñadora, y ojos de profunda admiración.
Aún a estas horas tengo tanto trabajo, a las puertas de mi despacho me espera un hombre escuálido que quería verme. Habló casi llorando, por lo que me resultó imposible entender cuál era el problema que traía entre sus huesudas manos para que le solucionara. Le puse mi mano en el hombro y le invité a pasar al despacho, con un gesto de la mano hice que le sirvieran un whisky, el cual rechazó amablemente. Como favor personal pedí que me dispensara cuando ella llamó soñolienta a mi despacho.
Esperaba un cuento de esos que su abuela le contaba, pero sé bien que ella prefiere que se lo cuente yo. Dice que le doy más vida a esos relatos, que le aportó emoción mediante un «me gusta más cuando lo cuentas tú, papi». Llevándola a un mundo donde los príncipes más apuestos rescataban a las princesitas de seis años, esas que estaban prisioneras en una torre custodiada por un dragón. O aquellos donde una bruja mala quería engordarla para comérsela.
Después de un día ajetreado no hay mejor final de día que acabar con mi pequeña princesita. Está claro que al pobre demonio que viene buscando ayuda lo despacharía pronto. Hoy ya he recibido a bastantes «amigos de amigos», y a aquel hombre no pertenece a La familia, y mucho menos lo conozco, entonces poco sentido tiene su instancia en mi casa, y era posible que hasta fuera una amenaza para mi familia. Desde luego voy a tomar mis precauciones antes de verlo.
Con un susurro apenas audible, un hilo de voz que mi pequeña consigue sacar de sus labios en su lucha contra el sueño, me pide que le cante esa antigua nana que a ella le gusta tanto. Empiezo a entonar aquella canción que mi abuelo me cantaba antes de dormir, esos versos en italiano que conseguían mecer mi lecho como lo hace ahora con el de mi hija. Poco a poco veo sus ojos cerrarse de la manera más tierna posible, y su respiración se acompasa.
Pienso ahora en los sueños que puede tener, seguramente yo seré su gran protagonista, como siempre me cuenta al despertar, justo cuando estamos desayunando. Mañana será un gran día para ella, de eso no hay duda, al igual que todos los días que ella pasa, y a veces me gustaría vivir con la intensidad que ella lo vive todo, con la misma con que lo disfruta todo. En una última batalla contra el sueño de su boca sale «te quiero, papi», ganando mi corazón y rindiéndose a los brazos de Morfeo.
Subo la sábana hasta su cuello para que no pase frío en la noche y besándola en la frente le deseo que tenga dulces sueños. Me levanto, y al salir por la puerta la cierro. Cogiendo una pistola con su silenciador de un pequeño armario del pasillo avanzo hasta la puerta de mi despacho, a recibir a aquel extraño.
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