El cielo está despierto

Los tambores empiezan a sonar cuando el sol se oculta tras las montañas, dándole ese tono anaranjado a la superficie de la tierra. Habían encendido un enorme fuego en la cueva-templo. Las pinturas rupestres de sus paredes parecían bailar. Los hombre llevábamos todo lo que habíamos cazado, mientras las mujeres hacían de la carne cruda auténticos manjares y el chamán los bendecía con un gesto solemne. Las mujeres más mayores y los niños cantaban al son de los tambores una canción que acompañaba al chamán. El banquete iba a empezar.


El naranja del atardecer en la nieve se había transformado en un azul oscuro tenebroso que parecía tragárselo todo. El verde oscuro de los árboles se había vuelto negro en la oscuridad, contrastando con la luminosidad y el calor de la cueva-templo. Allí donde toda la tribu se había reunido para comer, se respira familiaridad y armonía. Presentía de algún modo que esa noche el cielo se iba a encender y los espíritus velarían por nosotros, alumbrando la noche con su luz de mil colores.

El coro cantaba como si se trataran de verdaderos espíritus mágicos, seguramente fruto de un día entero de ensayo, como si fueran las propias figuras de la pared las que estuvieran cantando tan rítmicamente, a golpe de la percusión. Una de las escenas de caza me recordó a esta mañana, cuando salimos a cazar lo que ahora estábamos comiendo. Realmente no había mejor final para un día tan activo como el de hoy, cuando todos nos sentamos en círculo comiendo hasta quedar satisfechos.

Tal y como predije, el cielo nocturno se despertó, en luces verdes, amarillas y moradas muy tenues por la parte más alta. Me recordaban a unas cortinas con miles de pliegues de un tejido muy fino que dejaban ver las estrellas del firmamento. El chamán dice que ahí yacen las almas de todos los que ya no están con nosotros, y en noches como estas se acercan a nuestro poblado para visitarnos y velar por nosotros. Miro atónito a las luces, pronto me doy cuenta que nadie más las mira.

Siento en mi un deseo profundo de verlas mejor, más cerca. No quiero dejar pasar la oportunidad de ver el alma de aquella persona que antaño fue tan importante para mi. Excusándome un momento, salí de la cueva-templo, y escalé hasta lo más alto de la montaña para poder rozar las luces. Allí la nieve reflejaba el verde místico que irradiaba el cielo esa noche, en la que la magia se hacía presente en cada pequeño cristalito que formaba la alfombra de nieve.

Sobre mi cabeza estaba aquella cortina mágica, que parecía estar tan cerca… Sentía que con sólo estirar un poco el brazo podría llegar a tocarla, y sentir que volvía a estar con quien se había ido. Aunque el chamán dice que allí viven bien, que están mejor porque no necesitan comida para vivir y son felices con sólo vernos, sentía en mi un egoísta deseo de tener a aquella persona conmigo, como lo estaba antes de irse donde reposan las almas.

Ha pasado ya mucho tiempo, y tú ausencia ha empezado a desaparecer como lo hiciste tú en su día. Pero siempre apareces en las historias más épicas que los mayores cuentan a sus hijos, y me gusta que tu espíritu siga vivo entre todas las personas del poblado. Si tan sólo pudiera pasar contigo un segundo…


Mientras las luces ondeaban, podía ver todo el valle alumbrado por una mística luz verde que iba y venía como si fuera una enorme hoguera sobre mi cabeza. Me gustaba ese paisaje, es bonito. Pude entender porqué el chamán decía que las almas de nuestros antepasados están mucho mejor allí que aquí.


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