El árbol del hombre muerto

Ese momento en el que el olvido deja de ser una amenaza contra los recuerdos más bellos y se transforma en un amigo fiel contra los malos sentimientos. En el instante que la última lágrima baja por la mejilla y las fuerzas abandonan el ser con el dolor de un adiós fugaz y eterno. Cuando todo se desvanece y tan sólo la soledad camina a la vera del olvido cogidos de las manos. Es entonces cuando la razón se apaga y la voz se quiera.


Como un simple peón que protege a su rey con su mayor esfuerzo y devoción aunque se le vaya la vida en ello. Al igual que el papel que hace un pequeño avión y se cree libre al surcar los cielos. Como un profeta que está esperando el milagro, un enorme eucalipto se alza cansado, cargando con el peso de una copa cargada de hojas. De una de sus ramas cuelga tétricamente una soga que se balancea a merced del viento.

Quizás nadie se haya parado a pensar quién fue el que colgó hace doscientos años de aquella soga, y cuál fue el pecado atroz que mereciera semejante castigo. O la simple pregunta de por qué nadie tuvo la vergüenza de retirarla de aquel siniestro árbol. ¿Será porque aún cuando el mundo se las da de civilizado, hay sitios donde la pena de muerte sigue vigente, para mayor vergüenza del cobarde que asesina por decreto? Tal vez sólo se les olvidara quitarla.

Mientras los niños juegan alrededor del gran árbol, ajenos a la tétrica escena, como si tan sólo se tratara de un columpio para gente muy alta al que trataban de alcanzar a toda consta, su bendita inocencia les permite evadirse del triste entorno, para buscar algún tesoro excavado en las mismas raíces del eucalipto, o perseguirse con palos como si fueran espadas, completamente metidos en una dura batalla muy igualada. ¿Jugarían a ser piratas contra corsarios o simplemente bandoleros desalmados?

El árbol se alzaba ante la bifurcación del un río, como un faro que en el mar guiara a los navegantes por toda la costa. Resistiendo al sofocante calor del verano, al crudo frío del invierno y al inminente paso del tiempo, que va haciendo mella en la corteza del tronco a medida que este crece lentamente, siniestro y macabro, como si el espíritu del hombre muerto continuara vagando por su alrededor, y el árbol se negara a olvidar a quien quitó en su día la vida.

El viento sopla caliente y sofocante moviendo la cuerda de un lado a otro, con un lamento en su silbar, como el llanto de una mujer que llorar por el hombre que amaba y la noche arrancó su sonrisa para siempre. Una sombra mortecina se formaba proyectada por el árbol con la horca, de la que parecía colgar el cuerpo inerte de un hombre, junto a una figura de mujer en el pie del árbol con las manos tapándose la cara para que nadie la viera llorar.

Lejos de lo que la sombras dijeran, en el árbol no había nadie colgado ni ninguna mujer llorando a su vera. Acercándome un poco me doy cuenta que la casualidad quiso que las pequeñas cosas que había esparcidas alrededor de este jugaran con mi percepción con esa tétrica imagen. 


Ese momento en el que el olvido deja de ser una amenaza contra los recuerdos más bellos y se transforma en un amigo fiel contra los malos sentimientos. En el instante que las promesas pierden su valor. Cuando todo se desvanece y tan sólo la soledad camina a la vera del olvido cogidos de las manos, es entonces cuando la humanidad dejará de caminar inevitablemente hacia el abismo.


Comentarios

más leídas