No a la guerra

Esta entrada no la escribo como crítica a la actitud de cualquier sector que saque provecho de la muerte de inocentes o como una súplica de un reo que ante su ejecución pide clemencia al verdugo. Esta entrada me gustaría que fuese la expresión escrita del más íntimo deseo de preservar la paz ante la violencia, la razón frente al fanatismo, el amor y la vida ante el odio y la muerte.


Soy un ciudadano de los normales, por lo general, apolítico pues creo que la política, tal y como hoy día la concibo, sólo sirve para dividir a la gente, mi gente, por mor de personas malignas que sacan provecho de la incertidumbre, que tan sólo es el esperpento de lo que un día fue el «menos malo» de los sistemas. Soy alguien pacífico que rehuye las confrontaciones físicas y verbales, tal vez sea falta de fuerza física por mi parte, o por mi creencia de que la razón es capaz de superar a la fuerza, y que mantener un encontronazo verbal con alguien es contraproducente, por no decir una pérdida de tiempo.     

Tal vez por eso prefiera estar en paz que en una guerra, quizás por eso me mantenga lo más sereno posible ante las provocaciones ajenas. Soy de los que creen que hablando se entiende la gente, y a los más tontos que sólo quieren llevarse la razón, dársela como a los locos, y no darle más importancia de la que tiene. No creo que sea producente luchar por un estado, una ideología o religión, porque implica imponer lo que pienso y lo que creo a alguien que no tiene porque hacerlo, porque implica que el otro es menos persona por pensar como piensa.

Para mi no hay más estado más allá del suelo de mi casa, que puedo ser español y andaluz a la par, pero si me llamara España o me llamase Andalucía para librar una batalla, ya sea con otro país o mis propios vecinos, se encontrarían un hueco en mi puesto. Una contienda donde se paga vida por vida, y mi muerte sólo serviría para coronar un número de bajas del bando al que he tenido la «suerte» de servir. 

Quizás alguno me tenga que perdonar cuando afirmo sin miedo que el lugar donde nací es simplemente un trozo de tierra que el hombre la ha separado del resto del mundo, como si con una simple frontera pudiesen impedir que el aire pase de un sitio a otro. Quizás no soy vasco, ni gallego, ni soy catalán para vivir lo que es un nacionalismo, pero sé que nadie puede lavarme el coco como a otros le harán y que sólo por ser joven siga su rumbo y no el mío propio.

Si soy sincero creo que una religión es un tema muy personal, que se declaren agnósticos o creyentes a mi me da lo mismo. Sé lo que creo y nadie en el mundo, mediante la fuerza, puede cambiarlo. A mi entender no hay ningún dios que bendiga el asesina todo en su nombre, porque una religión que promueve la maldad al poco tiempo se disuelve.

No soportaría tener que luchar contra alguien que fue vecino mío, contra un amigo, un hermano por la culpa única de una ideología política, por interés de alguien a quien no conozco en persona, el que le come el coco a las masas, manipuladores sin sentimientos ni remordimientos por las muertes que esos asesinos, en el nombre de la paz, llevan a las espaldas.  


Si Sir Wiston Churchill dijo que el problema empezó cuando el hombre dio pioridad a sí mismo que al estado, seré yo quien matice su famosa frase diciendo que si los líderes no merecen ser seguidos, entonces el hombre hace bien siguiendo su propia conciencia. Que si ellos quieren guerra, que se peleen entre ellos sin que nadie más salga herido.

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