La niña bonita

Estaba en un enorme valle, entre dos montañas de negras arenas volcánicas, al fondo podía divisar como de la cima nevada de una de las montañas, que daba principio o final al valle, caía un río de nieve hasta el fondo, blanca y brillante haciendo un bello contraste con la arena de la seca montaña. El cielo presentaba una bruma que degradaba el azul intenso de las alturas hasta el blanco de las nieves.

Como si de lluvia se tratara, la arena empezaba a ascender al cielo, al fondo, la nieve también se alzaba formando extrañas figuras, fractales inexplicables en su ascenso, pero no veía nada raro en lo que pasaba, seguía caminando en dirección a la nieve. Los granos de arena golpeaban mi cuerpo, sin embargo aquello crecía de importancia. Bajo la arena algo verde se asomaba, me agaché a recogerlo y ver qué podía ser verde en pleno desierto. Era una hoja, una hoja de fresno, y en ella venía escrito en runa «encuéntrala».

Alcé la vista por el lado derecho, y vi como una parte de la montaña estaba flotando en el aire, unido al resto del valle tan sólo por la ladera, sin soporte por el otro lado, podía ver el cielo por debajo de la montaña flotante, aunque mi mente tomó este insólito acontecimiento como un detalle irrelevante. La arena seguía subiendo, y en el horizonte podía ver como en la bruma se formaban pequeñas líneas horizontales que iban creciendo hasta lo más alto.

Me agaché y empecé a cavar justo donde encontré la hoja, cada montón de arena que sacaba de su sitio empezaba a flotar, pero no había que más y más arena, ni rastro de un poco de tierra firme en aquel lugar. El suave sonido del viento me hizo levantar la vista, vi cómo del fondo del valle se abalanzaba ante mí. Sonando como una ovación de un público, un mar de nubes me envolvió por completo empujándome hacia atrás, intenté tumbarme en el suelo para que no me llevara  consigo la ventolera, pero parecía demasiado tarde, ya no había suelo la arena se encontraba volando conmigo, pero disuelta en el viento. 

Cuando el gran vendaval, hubo acabado me encontraba en una oscura calle de noche, la única farola que había se reflejaba en los charcos de la calle, perturbados por las pequeñas gotas de lluvia que caían. Bajo la farola, una silueta de mujer sostenía un paraguas rojo fuerte, su melena rizada y enredada se dejaba ver bajo ese vistoso paraguas. Saqué la hoja de fresno de mi bolsillo, quizás era ella a la que tenía que encontrar, según aquellas runas.

Quise llamar su atención, pero ningún sonido salía de mi boca, intentaba por todos los medios hacer ruido, sin embargo algo me impedía tocar el suelo con fuerza, bajo mis pies se hundía como si fuese arena ante las pisadas fuertes y se volvía firme para apoyar mi peso en él. Caminé a paso ligero hacia ella, la cual no parecía oír mis pisadas. Cuando tan sólo un paso me separaba de ella el paisaje cambió por completo.

De pronto me encontraba en un bosque en otoño, el suelo estaba cubierto por un manto de secas hojas marrones que los árboles habían soltado. La chica del paraguas rojo estaba de pie ante el imponente tronco de uno de los árboles mirando al infinito, viendo la leve lluvia que caía. Las delgadas gotas tamborileaban sobre las hojas, por fin ella pudo escuchar mis pisadas, por fin mi voz volvía a lo cuerpo, por fin logré que se volviera para verme.

Ella se gira poco a poco para ver quién estaba detrás, mi mente eternizó aquel momento, poco a poco veo su tono de ojos marrones, su delgada nariz, parte de sus labios, los cuales parecían tan suaves…


Me despierto tan pronto como la alarma del despertador suena estridente, como si estuviera orgullosa de haberme estropeado este bonito sueño. El resto del día no pude dejar de pensar en la niña bonita del sueño. 



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