Ese pequeño copo de nieve
Cuando cayó el primer copo tal vez ella sabía que ese copo primero sería el último en morir, el que permaneciera. Aquel primer copo que daría inicio a la nevada aquel que anuncia que el invierno está llegando a su clímax, el que anuncia que está llegando a su apogeo.
Al ver caer el primer copo de nieve del año, ella no tuvo que pensárselo mucho para correr por el enorme salón del bello palacio de ensueño en el que vivía, el palacio que no en pocas ocasiones la hacía sentirse confinada por enormes y fríos muros de piedras. Apenas pensó en ponerse ni el abrigo para salir a recibir la nieve como cada año, de los pocos de su existencia, hacía. Pasó por las enormes puertas del castillo con una sonrisa que le llenaba el rostro de alegría e ilusión.
Ante la pequeña el bonito jardín del palacio se expandía bajo un cielo gris y melancólico. Podía percibir que hacía frío, pero ella no lo sentía, no obstante sentía como una quietud sin igual la rodeaba, interrumpida solamente por la caída de esos finos copos de nieve que se iban cubriendo el suelo de un blanco impoluto. Ella miró hacia arriba con la sonrisa más alegre que podía poner, con los brazos extendidos, dejando que la nieve cayera sobre ella.
Veía el fondo gris de las nubes y el blanco de los copos cayendo, ella giraba sobre sí misma, dando saltos de alegría, impaciente por hacer el primer muñeco de nieve del año. Cayó al suelo sentada, pero no sentía dolor alguno. Estaba feliz. En un impulso propio de la edad, salió corriendo, bajando las escaleras que llevaban de la terraza al jardín. Ella bajaba viendo como la montaña que había tras el jardín se ocultaba tras los árboles que formaban linde del jardín del palacio.
Al bajar las escaleras fue hacia la derecha sin apenas pensarlo, aunque su subconsciente tenía la imagen de un sitio concreto al que quería ir a toda consta. La pequeña paraba en cada esquina a dar saltos de alegría por la nieve que caía sobre ella, corría como una loca gritando de felicidad que estaba nevando y aún no se lo creía. Las plantas del suelo que pisaba y tocaba iban iluminándose, aunque ella no se diera cuenta, poco a poco su brillo se iba atenuando. La pequeña sentía un calor especial aquella fría tarde de invierno.
Al pasar entre unos setos, con cuidado de no romperse el bonito vestido que llevaba, pudo ver lo que ella quería, el lago, un inmenso embalse al que la otra orilla ese gris día era completamente invisible por la niebla que se había levantado allí. Ella veía con profunda emoción cómo los copos de nieve rozaban el agua provocando pequeñas ondas que apenas duraban un segundo. El lago, que en general parecía quieto y taciturno, de cerca para nada estaba pausado.
La pequeña comenzó a observar perpleja cómo unas pequeñas luces en el lago cada vez que un copo rozaba su delicada superficie, como si las ondas tuvieran una pequeña incandescencia. Boquiabierta contemplaba como las pequeñas luces formaban una flor en el agua que giraba sobre un punto. Su centro amarillo se iba degradando a un toque verde, los pétalos tenían un bello tono azul en su borde y rojo que se degradaba a rosa en su interior. Giraba y giraba, y esa bonita flor adoptó una forma de espiral conservando sus colores, parecía una galaxia de las más bellas.
El agua del lago bailaba acorde a una música que nadie oía, la flor subía y bajaba, algo pasaba en el lago, algo bello, y ella percibía que no era nada malo. Tal vez una magia que tan solo la inocencia de la pequeña podía captar hacía que el lago ante sus ojos, con un mágico brillo de expectación, bailara como si fuera una fuente, la más bonita que había visto nunca.
Las luces salieron del lago en una de las olas que este baile formaba, empezaron a ascender en el cielo, los colores que ellas desprendían se hacían más brillantes, como si fueran cometas brillantes sobre su cielo. Allí en las alturas las pequeñas luces continuaban su baile circular ascendiendo más y más alto, mientras la pequeña sentía algo que no podía explicar con palabras, una emoción que estaba viviendo y que tan sólo viviéndola se sabe lo que se siente.
Ella observó como las luces en su baile se metieron entre las nubes y se le antojó un sentimiento de nostalgia y pérdida, algo parecido a lo que sentía cuando se acababa una historia que le había gustado mucho. Pero seguía mirando al cielo, viendo la nieve caer y acumularse en el suelo, aunque no se podía comparar a lo que acababa de vivir, sentía que aquello le encantaba, y era una de las pocas veces que se sentía realizada sin hacer más que observar el tiempo.
Algo apareció de entre las nubes grises, bajaba lentamente, acompañaba a los demás copos de nieve, por lo menos caía a la misma velocidad, pero no era blanco. Aquel copo que caía lentamente desde el cielo era el único visible a la altura a la que estaba porque era de un color que nunca antes había visto, era un tono que no parecía mezcla de ninguno de los colores que ella conocía.
Descendió lentamente y pasó por delante de los ojos de la hija, que miraban atónitos ese pequeño copo de un color tan hermoso, extendió las manos para cogerlo, pero esa pequeña bolita no tocaba sus manos, se quedó flotando a pocos centímetros. Ella cerró sus manos guardando aquel copo entre ellas y las puso a la altura del pecho, como un tesoro, donde el copo se pasó al lugar mas puro y noble, su corazón.
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