¡Libéranos, oh, señor!
Lo vuelvo a sentir, en mi interior algo vuelve a funcionar, algo regresa a este mundo, dándome la vida que un día se fue de entre mis manos, sin más remedio que expirar, estuviera o no en paz con este mundo que hoy vuelvo a pisar. Lo siento en el aire, una fuerza que ha hecho que este trozo de carne momificada inerte se vuelva a mover como un vivo.
Retiro con brusquedad la tapa del sarcófago que tengo por lecho, para confinarme en la otra vida, por los siglos de los siglos. Torpemente mis huesos se van moviendo, pisando el suelo que hace tres milenios pisé en con salud. Cada paso retumbaba entre los muros de esta cripta, el crujir de mis huesos creaba un sonido hueco que provocaba el eco con las paredes. Volvía a notar el frío de la piedra con la que estaba hecho el suelo, volvía a la vida.
Mientras avanzaba, los materiales que tenía pegado a mi cuerpo que habían servido para mi momificación crujían y se tambaleaban, amenazando con desprenderse de mi como si fuera un leproso al que se le cae la piel. La mía no podía ya caer, presentaba claros signos de necrosis y mi sangre se hallaba completamente coagulada, que estuviera andando ahora era por arte de magia. La estancia carecía de luz, y necesitaba ver para orientarme.
Una llama de fuego surgió de la nada, posándose sobre lo que parecía un caño, rápidamente el fuego se fue expandiendo por un canal lleno de grasa de algún animal o aceite, dándole una luz anaranjada a la cripta. Había oro, joyas, figuras hechas con barro y arcilla. En las paredes había inscripciones jeroglíficas que no me detuve en leer. Sabía que no era el único en volver a la vida, percibía como otros despertaban de su sueño eterno para unirse a mi.
Trabajosamente me movía, arrastraba un pie que aún continuaba muerto, mis huesos crujían como queriendo ser libres. Se escuchaba cómo el resto de sarcófagos habitantes en este sótano se abría, se escuchaban más crujidos, más lamentos de los que su descanso eterno ha sido interrumpido. Camino hacia un pasillo angosto buscando el astro rey que a mi pueblo un día dio la luz y el calor que la vida le dio. A mi se unieron más muertos que en esta fatídico noche han despertado.
Entre tantos lamentos, escucho a mi pueblo gritar por su libertad, un grito que traspasa el tejido temporal, un grito brutal y de ultratumba al son de «Libéranos, oh, señor, libéranos, sácanos de la oscuridad». A paso lento caminaba por el pasillo seguido de miles de mis súbditos momificados, algunos casi pútridos, algunos cuyos órganos no fueron extraídos y ahora derraman arena y polvo de sus entrañas, ladrones que se quedaron atrapados y ahora sólo les queda el esqueleto. El sol vida nueva nos dará, y así renaceremos y volveremos a gobernar como hicimos antaño.
El suelo retumbaba a consecuencia de nuestro caminar. Las trampas se activaban a nuestro paso, las fechas ponzoñosas se clavan en nuestros cuerpos pero eso no nos impide continuar, al fin y al cabo no se puede matar a quien ya está muerto. «Libéranos, oh, señor, libéranos» grita mi pueblo, impaciente por salir de nuevo al sol que un día los vio nacer y hoy los verá renacer, verá como el terror se apodera del mundo.
Tres mil años sin luz, tres mil años bajo tierra, hoy vamos a salir. Ante la puerta de esta cripta nos encontramos un ejercito de momias que han vuelto a la vida contemplando los cambios que en este mundo se han producido, iluminados por la tenue luz de una siniestra luna en cuarto menguante.
Somos libres. Mi pueblo es libre.
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