Arrabalero
El tranquilo sonido de una armónica llegaba a mis oídos acompañado de una flauta en la otra punta de la calle. Una sonaba y la otra le respondía con su dulce sonido, interrumpiendo, de tal melódica forma al imponente silencio de la noche.
La calle estaba desierta, tan sólo mi alma, cobijada en este cuerpo, vagaba por aquellas calles, sin miedo a nada, tal vez a que el cielo se cayera sobre mi cabeza, cosa que no pasaría nunca. Las farolas alumbraban con una bohemia tonalidad amarilla clara, no intensa, pero agradable. Los árboles proyectaban sus sombras, tan negras y oscuras, sobre las aceras por donde yo paseaba. El cielo estaba dominado por una gran luna llena que alumbraba las zonas donde las farolas no llegaban.
Miro a la luna, tan blanca, tan perfecta y tan bonita que irremediablemente me hace acordarme de la cara de una mujer, una bella hembra con aire misterioso. El sonido de la armónica, junto a aquella flauta que la acompañaba, hacían que la viera con un áurea bastante más romántica que de haberla contemplado en silencio. Quién estaría tocando era una cuestión algo irrelevante en aquel místico momento en el que me encontraba, pero desde el fondo de mi corazón se lo agradecía.
Esa gran luna se reflejaba en mi pupila la última vez que yo la miré. Continúe caminando por el arrabal, solo, como las hojas que caen de los árboles, pero al fin y al cabo feliz. Feliz por la libertad que suponía no tener nada, quizás tildado de miserable, quizás de buscavidas, pero sin deudas ni obligaciones, ni más deber que el de ser un ciudadano decente y horado. Feliz porque la noche es mi compañera y no dependo de nadie más.
Las luces de las casas se encontraban ya apagadas, la gente en sus interiores dormía apacible, pocas resistían encendidas. Un pensamiento sorprendente vino a mi cabeza, «una luz, una vida», cada una diferente e independientemente dependiente de las demás. Probablemente de una de las ventanas sin luz venía el sonido de aquella armónica que tan nostálgica se me antojaba. Pensé en la flauta, que no se quedaba atrás nunca, aunque su sonido estuviera atenuado, probablemente estuviese más lejos, también estaría tocando con la luz apagada.
Era una estampa muy bohemia, tanto como este barrio, donde en sus calles se mezcla la vida, la alegría y la ternura con la melancolía más profunda, la tristeza más pesimista y decadente. En sus calles taciturnas tan sólo la brisa nocturna se atreve a recorrerlas, acariciándome toda la parte de atrás y estremeciéndome se me puso todo el vello de punta. Quizás por el frío, quizás por aquella brisa, o tal vez por aquella bonita y nostálgica imagen de este mi arrabal, una lágrima bajaba vagamente por mi rostro.
Nuca caí en el arroyo porque yo nací aquí, no puedo quejarme de mi desgracia pues vivo en la gracia de mi barrio. Habrá quien diga que esta no son condiciones para vivir dignamente, lo mismo que quien dice que a los pobres no nos afecta tanto la crisis. Si los habrá que les parezca horrible, que se sientan repelidos y les tiemble por entero el cuerpo al pasear por estas calles tan solitarias.
La armónica. La flauta. Mi silbido se une a esa improvisada orquestas, mientras mi mente se poblaba de grandes ideas, de alegría y júbilo mientras paseaba por las calles de mi barrio. Mi canción es tan nostálgica como bohemia la estampa, como adecuándose al ritmo que los instrumentos me marcaban. Ay, este arrabal que todos lo ven de negro y yo , un arrabalero, lo veo de colores.
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