Vida
Le dijeron que no lo intentara, que no lo hiciera, que iba a ser peligroso y le iba a costar la vida, pero eso a ella le daba igual, iba a seguir adelante porque no quería parar esos nueves meses tan maravillosos que había pasado sintiendo dos latidos en sí, ¿qué ser es capaz de realizar un milagro así?
Se encontraba en urgencias, los doctores se movían de un lado a otro, rápidamente, ella apenas veía nada, todo a su alrededor estaba ceñido en una nube de humo que le impedía ver las cosas con claridad, los fluorescentes del hospital parecían estar a máxima potencia, encandilándola. Escuchaba las voces de enfermeros tan lejanas, todo le daba vueltas y de no ser por las pataditas que sentía dentro de su vientre habría caído inconsciente.
«Doctor… doctor…» llamaba con tono saturado, cansada, ¿le salía la voz del cuerpo o simplemente imaginaba que lo estaba llamándolo? Pensaba en los nueve meses que había pasado, aquel tiempo lo podía considerar el más valioso de su vida, se levantaba y veía como cada día su vientre iba haciéndose más y más grande, formando vida en su interior, escuchando como se formaban esas piernecitas que ahora castigaban su barriga.
Recordó las lágrimas que no pudo evitar verter al ver su primera ecografía, cuando fue haciendo consciencia de que iba a ser madre, que iba a tener un hijo. Lágrimas de felicidad tras sentirlo por primera vez, llevaba toda una vida soñando con esto, su deseo de maternidad era tan grande que casi se le hicieron eternos y a la vez muy breves estos nueve meses.
Marzo, qué buen mes para nacer, su hijo nacería en marzo, y ahora sólo le quedaba ser fuerte, resistir como pudiera, seguro que no iba a ser tanto, aunque aún ella misma no se explicaba porqué no le dolía nada, estaba convencida que en breve llegarían los dolores y entre los dolores un rayo de luz rompería a llorar. Le emocionaba esa idea y se dio ánimos a sí misma, ser madre sería lo mejor que le iba a pasar aunque tuviera que pagar un precio muy alto.
Escuchaba a los doctores con preocupación, no paraban de repetir que el parto se había complicado, las posibilidades de supervivencia eran muy pocas, no podían garantizar la vida del hijo o de la madre, iban a proceder a un aborto para salvarla. Horrorizada, hizo un esfuerzo sobrehumano por alzar su voz, sin apenas ver nada consiguió decir: «Quiero que mi hijo viva» la sala quedó en silencio, ¿lo habrían escuchado? Se preguntaba si verdaderamente cumplirían su voluntad o harían lo que ellos vieran conveniente.
Quizás su hijo podría servir a la medicina y evitar casos así, o sería un gran ingeniero, abogado o maestro… quién sabe las posibilidades que iba a tener, mi vida ya le he vivido, ahora le toca a él vivirla, y con mucho gusto se la doy. Que respete a sus inferiores, que sea capaz de amar y dar su vida por los demás que yo para ti nunca moriré, siempre estaré contigo en tu corazón.
Iba perdiendo la conciencia poco a poco, ahora sentía dolor, mucho dolor, y no lo podía aguantar, quería terminar ya su agonía. Dos lágrimas fueron las únicas que se suicidaron de sus ojos. Su corazón sopló por última vez a compás del primer llanto de su hijo. Su alma se marchó por el lugar donde la vida llega, ¿quién dijo que tras la muerte no había vida?
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