Media Luna
Dicen los eruditos que el desierto tiene dos facetas muy distintas la una de la otra, el desierto es como un ser vivo que se muestra abrasador, pasional, irascible, durante el día, y en cambio, durante la noche muestra su cara fría, más romántica y serena, y que jamás en la vida veremos sus dos caras juntas, pues en la creación así fueron separadas, haciendo de él un lugar inhóspito e impredecible.
Las estrellas estaban fuera desde hace tiempo, sorprendido, aquel beréber intentaba contarlas sin éxito, las veía girar entorno a sí, se sentía el centro del universo, bien parecía que alzando la mano podía acariciar el firmamento, el cual parecía que le manda un mensaje, a él y sólo a él, como si las estrellas se reorganizaran para saludarle y devolverle la caricia con una mirada tan especial, enviada directamente desde la luna.
¿Qué filósofo griego dijo que las estrellas, en su movimiento giratorio, tenían fricción que producía una música que sólo con mucha concentración el oído humano podía escuchar? Según decía, era una única tan hermosa que se asemejaba a la voz de una hermosa mujer susurrándote palabras tan hermosas que todos los vellos acaban erizándose, y sientes un escalofrío que comienza en la cabeza y acaba en los pies, haciéndote sentir vivo.
Mi manos se paseaba por la arena, la acariciaba con suavidad mientras se deslizaba por mis manos y caía entre mis dedos haciéndome unas leves cosquillas en las manos, parecía que formaba parte del desierto y el desierto formara parte de mi. De forma inequívoca yo estaba hecho para esa vida y no podría vivir otra, quizás las hubiera mejores y más cómodas, pero no me sentiría tan realizado como con la vida en el desierto.
El sol empezó a salir de entre las dunas desterrando hasta la siguiente noche a la luna, la pequeña tribu se puso en pie y reanudó de nuevo su eterna caminata, aquello se hacía duro, pero dentro de lo que cabe, disfrutaba con aquello, la vida se hacía interesante durante el día y podía volverse reflexiva, e incluso casi melancólica durante la noche. Su destino del día era ir a la ciudad, necesitábamos reponer nuestras provisiones para el viaje.
Una tormenta de arena nos sorprendió en el camino, teníamos que resguardarnos como fuera, atamos los camellos para que no salieran huyendo y me resguardé como pude. Pero sobrevivimos como muchas otras veces hemos hecho, aunque no podemos evitar lamentar pérdidas de camellos en raras ocasiones y casi nunca, pérdidas humanas en una tormenta de arena. Normalmente la dama negra nos acompaña más en las travesías durante el día.
Al igual que el sol había aparecido de entre las dunas sin previo aviso, la ciudad a la que se dirigían hizo lo mismo, mostrando miles de bóvedas, torres con esos techos tan típicos terminados en un detalle de media luna. Al acercarnos más pude ver un enorme arco de herradura tapiado por una puerta de madera de las más grandes que he visto. Me preguntaba cómo sería pasar una noche allí, sentía en mi un deseo de permanecer en aquella ciudad aunque sólo fuera una noche.
Recuerdo permanecer en uno de sus tejados aquella mágica noche, mientras la ciudad dormía, volví a ver el firmamento, los millones de estrellas que parecían salir sólo para mi, que parecían girar entorno a mi. A aquella azotea salió para hacerme compañía una mora de ojos de un penetrante color marrón oscuro. Su cara estaba cubierta con un velo casi transparente.
Dicen los eruditos que el deserto guarda algo en su interior, y yo lo he encontrado.
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