Nace el Fuego

La caldera pierde fuerza, el fuego de su interior se apaga, no consigo reavivarlo, necesitamos más madera, más carbón, más combustible. Echo más y más pero el fuego parece no querer manifestarse, parece estar cansado que la sombra del que fue un gran calderero siga alimentándolo, como si necesitara sangre nueva, a pesar de la juventud de la antigua. El fuego se apaga.

Clavo la pala en el carbón, miro a aquella enorme caldera que hay en el fondo de la calurosa nave, su desolador aspecto se me antojaba como la de un hombre agonizante, las dos compuertas se asemejaban a los ojos, pidiendo misericordia a un mundo egoísta, cruel e hipócrita que se la negaba mirándolo por encima del hombro. La compuerta por donde introducir el carbón parecía la boca que expresaba el horror que sentía por la desolación y el desarraigo que sentía hacia el mundo.

En su interior el fuego manaba, amenazando con extinguirse y helar a todos los que de él dependían, bien parecía que el hombre agónico estaba ardiendo en las profundidades del infierno. Agité mi cabeza, ¿en qué estaba pensando? Sólo es una caldera, una simple máquina de metal no es ninguna persona que se esté muriendo, por muy desamparado que dejara tan triste estampa, aquello sólo es una caldera.

El suelo cubierto por una capa de cenizas sólo corrompida tan perfecta disposición del manto por mis pisadas, que iban y venían de la caldera a las montañas de carbón, las cuales se está agotando y el fuego se está volviendo más exigente, ¿tendrá menos calidad este carbón?  Retomo mi pala para continuar mi trabajo, una nueva pala de este combustible hace enfurecer al fuego del interior de la caldera que ruge como un animal que está enjaulado mientras el humo se escapa por la gran chimenea.

Por la cabeza se me pasaba la idea de que la gente ya no necesitará una caldera para calentarse, no necesitarían mano de obra, un pueblo acostumbrado ya al frío, su calor era tan prescindible como un submarino en el árido desierto. Me sequé el sudor de mi frente e introduje otra pala de carbón en la caldera, su fuego interior ardió en una gran llamarada que, a pesar de su enorme resplandor fue tan efímera que en sólo eso se quedó. Qué estúpido he sido al creer que este carbón era mejor que el anterior.

Si no subía al piso de arriba no podría saber si se me necesitaba realmente o simplemente estaba alimentando una caldera para un pueblo muerto, quizás sólo una persona disfrutaba del calor que producía, o tal vez muchos. La incertidumbre envuelve esta enorme sala al rojo vivo, donde el calor se hace omnipotente. Dejé de cuestionarme cosas estúpidas y volví a mi trabajo. Como un loco metí la pala en la montaña de carbón y lo vertí en la caldera, una y otra vez.

De nuevo vuelvo a secar mi frente, empapada de sudor, miro cómo arde el carbón, la potencia que comienza a tener el fuego, y contemplo como poco a poco va perdiendo la esencia, dentro de la caldera queda la sombra de lo que fue un buen carbón, que hizo alzar una llama brillante y longeva, con poco combustible hacía mucho, pero ahora tenía que recurrir al vertido masivo de esta materia para mantener vivo el fuego.

El fuego se reflejaba en mis pupilas, ardía mientras veía el carbón al rojo vivo consumiéndose lentamente, haciendo bailar la enorme llamarada. Necesita que le echen más carbón. Las chispas saltaban, ya no pueden quemar, nada puede quemarme ya, estoy cansado y me encantaría tumbarme y dormir antes de ceder mi mente a la locura, pero antes de eso necesita que le echen más carbón, fuego al fuego, más calor, más combustible, que de aquí nace el Fuego.

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