Tu fotografía
«Si desapareces yo te encuentro en la misma esquina de mi habitación»
El sonido de un bolero se cuela por la ventana de madera de aquella antigua habitación, la relajan voz del cantante marca huella en las paredes que parece que sus grietas forman parte de la romántica canción, hacían despertar en mi recuerdos de algo vivido ya lejano en el tiempo. Bien parecía que mi corazón latía al ritmo de las maracas y mi sangre fluía al compás de la guitarra.
Abriendo la ventana, con un leve crujido, dejaba entrar la luz de un sol caribeño en la pequeña habitación en la que me ver la antigua ciudad en su máximo esplendor, las humildes casas y calzadas de piedra mostraban resquicios por donde la naturaleza reivindicaba lo que un día fue suyo. Sus coches de otra época le aportaban un estilo del hoy día llamado vintage. Un pequeño perro paseaba con aires de grandeza calle abajo, meneando el rabo, parecía que los del sur tienen más ego de los de mi tierra, y a su vez parecen más felices.
En un marco colocado cerca de la cama podía ver aquella fotografía que conseguía ponerme el vello de punta, si hubiese sido como otras veces, se me hubiera erizado el pelaje. Su melena al viento y su semblante que desconocía si sonreía o había entrado en un estado introspectivo en el que incluso ni ella sabía en lo que estaba pensando. El ritmo latino de la balada romántica del cantante callejero la hacía revivir en mi mente.
El bolero sonaba y me gustaba, pero me parecía tan lejano. Seguramente no sentía su música tanto como aquel que la cantaba, que por la música se hacía libre. Admiraba como aquel viejo cubano entonaba su canción sin más preocupación que hacerlo bien, en parte quería ser como él y poder disfrutar cantando. O como el que compuso la letra o escribió la partitura de la música, los cuales podían ver realizada su obra, ¿que se sentiría al escuchar una bolero que uno mismo ha compuesto?
Por la calle pasó un muchacho trotando, mientras controlaba cuidadosamente su respiración, me sorprendió que en mi tierra todo el que sala a practicar deporté lo hacía con música en sus oídos, ignorando el sonido natural de su ciudad, de su tierra. Bien parecía que aquel chico estaba disfrutando del son de Cuba mientras el deporte lo hacía libre. Me hubiera gustado ser como él, poder correr hacia la libertad y volar sin despegar los pies del suelo. Para mi desgracia, estaba atrapado en un cuerpo no atlético, no podía liberarme por medio del deporte.
Muchos otros ejemplos como el fotógrafo que hizo la fotografía que tenía en la mesa, o el arquitecto que diseñó aquella casa antigua en la que me encontraba, la dueña del hotel mediante su hospitalidad… todos tenían su don por el cual se liberaban. Era como si todos hicieran lo que les gusta y obtuvieran la libertad de esa manera, me quedaba bastante claro que debía encontrar mi camino, aprovechar el don que tuviese para así ser libre. Volví a mirar tu fotografía. ¿Cuál era mi don? ¿A qué estaba llamado a ser?
Empecé a imaginarte por esa playa, mientras el viento te acariciaba la melena, estaría pensando en mil historias, quizás un bonito cuento de princesas que ella protagonizaba, me preguntaba quién sería su príncipe, si la haría feliz, o tal vez se encontraría filosofando sobre algún tema trascendental, o mirando la arena de aquella playa mientras pensaba en los miles de «bichitos» que la habitaban con muy malas intenciones hacia ella.
Miré la máquina de escribir y comprendí cual es mi don, y es uno de los mejores con los que una persona puede nacer, tengo la capacidad de creación, el poder de hacer mundos nuevos de la nada, poder de evocar sentimientos en otras personas sólo juntando letras. Miré tu fotografía otra vez mientras susurraba como si fuera directamente a tu oído «Gracias, mi musa»


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