Soledad

El sol empezó a salir, las horribles e impersonales cortinas de la residencia comenzaron a iluminarse conforme el astro rey subía por los cielos y penetraba en la habitación, una enfermera entró,«Buenos días, don Manuel». «Otro día más, pero hoy vendrán, estoy seguro» El anciano sonreía con esperanza.

No se había equivocado, allí llegaron muy puntuales y alegres de ver a su abuelo, el cual sentía una alegría desmesurada, no cabía en él de gozo, por primera vez en casi un mes volvía a ver a su familia, aquel día por fin ponían final a su soledad cuyos únicos acompañantes eran enfermeras, médicos y el resto de personal de la residencia. Parecían todos tan alegres de verlo, no como la última vez, que, por ser Navidad, lo llevaron a casa de su hija, donde todos parecían tan ocupados por los preparativos de la fiesta que nadie quiso escuchar las estúpidas ñoñerías de un viejo. Pero no se lo podía reprochar, aquella vez estaba con ellos, y era lo que contaba.

Su nieto el pequeño no quería parar de abrazarlo, mientras le contaba todo lo que hacía en su colegio, trayéndole a la mente tantísimos buenos recuerdos de su niñez, aquella época que la única preocupación era no mancharse demasiado para que su madre no le regañara. Su nieta, la mayor, le pedía con interés que le contara cómo fue aquella época que daba en historia, seguramente no sabía aquella aventura que pasó con su edad, se la contaría, que probablemente le interesara. Se acordaba cómo empezó con su mujer, las cosas “prohibidas” que hacían los dos, hasta que vino su hija.

Se acordó en su época en la que trabajaba en su oficina, tantas preocupaciones vanas y sin ningún sentido que le quitaban el sueño en aquella época. Mientras ella le preguntaba cómo estaba, qué tal se sentía, si lo atendían bien, y que se incorporara deprisa, que hoy iban a salir de tapas. Recordaba que ella era la razón por la que volvía con una sonrisa cada tarde de la oficina, aunque también por ella tuvieron que anticipar la boda con su mujer. Recordaba el día que les presentó a quien hoy sería su marido. Se estremecía al ver que ella, al igual que él, se casó con su primer amor.

Melancólico, se acordó de su mujer, y cómo murió arrasada por esa grave enfermedad, de cuya existencia ni se conocía en su época. La fue carcomiendo por dentro hasta dejarla en nada. Entre todos lo animaron y consiguió sentirse levemente mejorado, aún así no podía evitar pensar en sus épocas de cruda soledad, mirando al cuadro del Nazareno, para qué lo quería con vida, qué sentido tenía seguir viviendo en esas condiciones cuando ya no vales nada para nadie. Luego, al mirar la foto de su familia recordaba el motivo por el que seguía con vida.

Tanto había vivido, tantas personas conocidas, traiciones, auténticos indeseables que era mejor dejarlos aparte en su vida que tuvo que estar un largo tiempo con ellos por pura hipocresía, sin soportar su presencia, siguiendo una moral putrefacta con la que llegaron alto avasallando a personas, y ahora estarían como él, en cualquier otra residencia, si es que no habían muerto ya. Pero hoy era feliz, por fin habían ido a visitarle, y por fin lo sacarían, aunque fuera sólo un día.


El sol empezó a salir, las horribles e impersonales cortinas de la residencia comenzaron a iluminarse conforme el astro rey subía por los cielos y penetraba en la habitación, una enfermera entró,«Buenos días, don Manuel». «Otro día más, pero hoy vendrán, estoy seguro» El anciano sonreía con esperanza. Con la amargura de comprobar que los sueños sueños son.

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