La alegría de vivir

El cursor de la página de Word parpadea esperando que de alguna forma escupa palabras con algún sentido para que alguna vez, alguien, en algún sitio, de algún lugar, de alguna aldea informática que registran todos los documentos de todo internet, leerá desinteresadamente mientras le entra sentimiento la historia de un ciego que la palma al final de la entrada.


Intentaba reponerme del hundimiento sentimental por el que estaba pasando, pero resultaba tan duro como una fría noche de invierno sin bolsa de agua en la cama. Como en un paisaje post-apocalíptico donde el agua lo ha inundado todo, me sentía perdido en un mar de emociones, como si estuviera ciego y sólo viera negro. Esto no hubiera pasado si hubiera pagado a Endesa.

La ciudad me empezó a parecer el sitio más inhóspito que podía estar, sentía el frío calarme hasta los huesos a pesar de estar en pleno verano, deseaba estar en aquel sitio donde antaño fui feliz, alejado del mundo, donde mi voz se oiga, allá donde el susurro del viento reine ante cualquier sonido, donde la imperturbable tranquilidad del bosque se me transfiera, donde me sienta como un lobo en busca de un águila en ese entorno asalvajado donde la calidez de la libertad sea palpable cual tortilla de patatas recién salida de la sartén.

Hace relativamente poco comenzó a llover, sin pensarlo empecé a correr como si una enorme bestia invisible me persiguiera, como las que salen en las películas de terror cortas de presupuesto en las que los protagonista huyen de nada porque no había dinero para pagar el disfraz de monstruo, hasta refugiarme en la entrada de un metro iluminada pobremente por fluorescentes que parecían carecer de fuerzas para seguir alumbrando, a los que no se les podía reprochar ese esfuerzo sobrehumano de pagar la luz que producen. 

Estando allí busqué un banco donde poder descansar, estaba exhausto, un paso más significaría caerme rendido al suelo sin más protección que el agua que se había filtrado a través de mi ropa y proseguía con el objetivo de encontrar mis huesos, la cual no era buena protección. Encontré el anhelado banco, pudiéndome sentar al fin, vi como unas huellas se me acercaban lentamente, unas animales, otras humanas, pero todas con ese matiz amenazante y paranormal que tienen unas huellas aparecidas de la nada que van a por ti. 

Comenzaba a sentir ese sentimiento de nostalgia que se siente cuando algo se va para siempre y no da tiempo a despedirse de ello, empapando el pañuelo de mi alma de lágrimas, sin llegar nunca a exteriorizarlas, debía ser fuerte, y llorar no me serviría para nada. Su bella voz que quedará sólo en el recuerdo, sin poder volver a escucharla, sin poder volver a ver su gesto con la mano, sin su "Na, na, na, na, na, na, na, na", sin su expresión que infundía terror en los niños de todas las edades. Nunca más vería el anuncio original de la Lotería de Navidad.


La prez que, pese a su sucinta estancia en televisión, aquistó el sobrecogedor semblante de Montserrat bien merecía el loor que el auditorio le brindo, nadie podrá hallar en modo alguno dicho anuncio en Youtube, quien está colmado de remedaciones del mismo. Ni la pantomima hecha por Raphael con la mano que tanto soliviantó al país en un dédalo sin salida del cual sólo los más estajanovistas pudieren salir. Nadie más se quedará mirándolo estafermo frente al televisor, y ver la jauta programación me satura de una honda y taciturna tristeza por la cual uso tan ampuloso lenguaje, que si te ha llegado al alma, aplaude con ganas, dale un me gusta sin disimulo, porque este párrafo no sé que c**o he escrito, pero son las cosas que se ponen en un blog tan alegre, que hagan sentir emociones y conseguir muchas visitas, y a Raphael, a Raphael que le den por c…

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