¿Lo tomas o lo dejas?
A ti te gusta el dinero, no me lo quieras negar, has suspirado pensando en una casa, un coche, unas vacaciones llenas de lujos sin reparar en gastos, has anhelado respirar sin deudas, has necesitado comprar, gastar y ahorrar. Tú, que amas cada moneda y cada cifra en el banco y sientes que la vida se va cuando este no está. Tras esa máscara de falsa modestia de no querer nada se esconde la codicia. El dinero se ha hecho tu dios. El motor de tu vida.
Como un gas, voluble, impredecible, viene, va. Se escapa de tus manos con la facilidad de un pestañeo. Al siguiente vuelve. Se va de nuevo. Se enfrenta al resto de valores. Tus principios. Te va carcomiendo. Como una droga, ¿lo tomas o lo dejas? Decide rápido, pues tan pronto te retrases ya se ha ido y ese no vuelve jamás. ¿Habré escogido lo correcto? Te preguntas con las manos tan llenas como vacías. Con el alma declarando la bancarrota. Ya eres su esclavo.
Has acabado amando a un medio, una herramienta. Esa herramienta que dispone la mesa donde comerás, la morada que te cobija, el abrigo que te resguarda. Olvidas lo que se consigue con él por mor de su precio. Si es verdad que este nunca ha dado la felicidad es porque pretendes que este sea el fin, y no lo que es, un camino para conseguir tan solo «bienes y servicios». Has conseguido que el dinero tenga un precio en tu vida que no merece.
Siempre que el bolsillo lleno disfrutarás de todos tus sueños, las ambiciones latentes en tu ser que tan solo te harán ver el sinsentido de una vida debida al dinero. El respeto de los demás, la adoración de pocos, la envidia del resto. Con el dinero nunca te faltarán amigos, que permanecerán a tu vera mientras lo tengas. Un amor en cada esquina. Hasta te otorga belleza y saber estar. Ojos llenos de interés posando sus miradas en ti. La maldición de ser alguien importante.
Ya has convertido tu vida en trabajo y el trabajo en tu vida. El fin del camino es conseguir más, vivir para ganar. Morir bañado en oro. ¡Repartidlo todo justamente, menos la bicicleta, que es mía! Te crees que tu vida alcanza un momento libérrimo cuando puedes permitirte hacer lo que quieras, cuando quieras. Habiendo dinero siempre puedes olvidar toda moral. Por encima del bien y del mal. Es el momento en el que te convierte en el mayor esclavo de ti mismo.
Pero cuando te das cuenta que la felicidad no se esconde tras un fajo de billetes. Que el dinero no deja de ser un dios, un demonio, reinando desde la tierra, esclavizando con sus deudas a cada nacido humano y mortal. Te das cuenta que lejos de lujos, despojado de todo deseo de confort y comodidad, se ve todo de otro color. Cada mañana se respira con las primeras luces la verdadera libertad. Pudiendo caminar por las aceras dando los buenos días.
Cuando dejas aparte el dinero, apartas también la mentira, la hipocresía y la falsedad. Llegan menos amigos que con este, no obstante, pese a ser menor número estos no se desintegran cuando el dinero desaparece. Un amor siempre sincero que siga a tu lado incluso en los malos momentos. Descubres lo que es viajar de una manera más humana que quien pone la economía por barrera. El interés que los demás pongan en ti vendrá por tus actos, no por el saldo de tu cuenta.
Si quieres ser feliz, que se te valore por quieren eres, por como eres y no por lo que tienes, rechaza el camino de vivir por el dinero, que es tan solo un medio, una herramienta, para vivir, nunca una meta.
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