Único

Las despedidas son demasiado amargas, mejor quedarte con quien nunca te abandona y nunca, nunca, decir adiós. Miro al espejo, mientras me pregunto, no sin cierta saña, en qué coño estaba pensando cuando pensé que esta guerra estaba perdida. En qué momento de mi historia me he dado por vencido cuando una batalla sale mal, cuando una guerra que se vaticina como derrotada. Cuando descubres que todo ha sido una absurda mentira. Nunca. ¿Por qué iba a ser ahora el momento de tirar la toalla? ¿De dejar de luchar?

El espejo me revela una persona tan fuerte como lo puede se cualquiera que se sienta lo suficientemente poderoso de levantarse tras caer. Caer no por un simple tropiezo, sino por una dura paliza que hizo brotar la sangre de mi ser. La mirada que sale del verde de los ojos de esa persona a la que veo me revela su determinación y voluntad de hierro, una identidad que nada ni nadie puede tumbar. Que no depende de nada ni nadie.

Quizás no sabría describir en su totalidad a ese que hoy se presenta en el espejo, en él veo una persona con una leve capa amoldable a cada circunstancia, cada situación que requiera su mejor yo, que recubre un ser de hierro forjado, indestructible. El brillo de la ambición es el que hace que, aún en los peores momentos, una meta no sea un final, sino un escalón más en un camino sin fin. Un camino siempre ascendente, pero no falto de caídas, de golpes que me dejen maltrecho.

Siempre he pensado que en nuestro interior se esconde un héroe digno de las mejores películas de Hollywood. Un héroe invencible confinado por miles de demonios que nacen y mueren en nuestra mente, que atormentan cada momento de nuestra vida. Un demonio en forma de estrés, de un enemigo, de cualquier cosa que nos impide alcanzar ese próximo escalón que llamamos meta. Al fin y al cabo, un enemigo es tan solo una proyección metal y enquistada de una persona que nos hace daño.

Si estos demonios nacen y mueren en nuestra mente, y un enemigo es tan solo la proyección metal y enquistada de alguien que en su momento nos hizo daño, librarse de él es tan fácil como vencer a ese demonio que vive en tu mente. Que ese héroe que vive en nosotros, que muchas veces infravaloramos, nunca entierre el hacha de guerra. Que derrote a cada demonio que nos quite el sueño, que nos aporte esa cantidad justa de independencia del resto del mundo que nos permite ser felices sin necesitar a nadie más.

Tal vez el mayor problema sea que nadie nos prepara para los golpes reales, por lo que nos vemos solos a la hora de afrontar la realidad. Caer está permitido, pero levantarse es siempre una obligación, seguir avanzado, insistir hasta que las fuerzas te griten «basta», aprender de cada fallo, de cada desviación del camino. Un ave fénix que renace del frío de sus cenizas más fuerte que nunca. Invencible. Indestructible. Único. Una persona completamente nueva que no alberga deseos de venganza, porque tan solo es perder el tiempo.

Respiro ahora el aire de la libertad de saber quién soy, sin el miedo a volar más alto de lo que alguna vez me llegue a proponer. Sin miedo a mi mismo. Mientras el débil se oculta tras una forma de pensar que le ha venido bien mascada de otro, yo elijo pensar por mi cuenta, vencer a todos y cada uno de mis demonios. Ser el héroe que dentro de mi se muere por salir, triunfar, dar mi mejor yo a quién más merece verme así: mi reflejo.

Vuelvo a ser yo. Vuelvo a levantarme, sin intención de caer más. Como corresponde a un auténtico héroe invencible. Cómo corresponde a un auténtico hijo de Gaia.


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