De mi libertad
Hace ya unos cuantos años, cuando a penas habían pasado por quince inviernos, me enseñaron lo que era el concepto de libertad. Una idea utópica con la que se me llenaba la boca con tan sólo nombrarla. Tan genial, tan magnífica. Resulta que en la teoría yo podría hacer lo que quisiera, cuando quisiera. No estaba obligado a hacer nada, ni le debía nada a nadie. Aunque al igual que un limón, bonito por fuera, amargo por dentro, este concepto guarda en su interior un regusto ácido.
Recuerdo esa clase de ética, cuando no era más que un alumno de instituto, sin saber más de la vida de lo que encierran las cuatro paredes de mi casa, que me enseñaron lo que es realmente ser libre. Hasta entonces mi concepto de libertad era negar la esclavitud, quizás una idea abstracta y utópica, mera invención de la mente del ser humano a la que nunca se podría llegar, pero ese día me dijeron que era libre, que no estaba atado a nada.
Me pareció una idea magnífica. Quería aprovechar desde el minuto uno que saliera de clase esa libertad de la que gozaba. Pero, por suerte o por desgracia, ese pensamiento de libertad pura, y algo abusiva, distaba mucho al concepto que realmente la define. Fácil de confundir con esa arcaica palabra, libertinaje, que suena casi obsceno para quien no lo diferencia bien de la sutileza de la libertad. Esta tiene su límite en dónde empieza la libertad del resto de la sociedad.
No estamos solos, por lo que todas nuestras decisiones, de ser elegidas libremente, son tomadas con responsabilidad, pensando que cada acto acarrea unas consecuencias sobre uno mismo y los demás, desde el respeto al resto del mundo, aunque los haya que a nuestro parecer ni lo merezcan. ¿Y si hemos de tener tantas consideraciones a la hora de actuar, dónde queda la libertad? Esta radica en la consideración y empatía de cada decisión que tomamos y cada acto que llevamos a cabo.
No podemos hacer lo que queramos, cuando queramos, sin rendirle cuentas a nadie y con ellos sentirnos libres y los más felices del mundo, por la sencilla razón que somos simples seres humanos, no estamos por encima del bien y del mal. Nuestra libertad se ve coartada por la ética y la moral. No es por el mero hecho de fastidiarnos y hacernos sentir esclavos dentro de una sociedad, sino por la regulación del comportamiento de la misma. En otras palabras, evitar que nos matemos los unos a los otros.
El ser humano es, de naturaleza, muy complicado, y realmente anhelamos ante todo sentirnos libres, pero de vez en cuando de una forma muy distinta a lo que la libertad en sí significa. Y tal vez este sea uno de los conceptos más difíciles de asimilar, ya que, por si fuera poco, cada decisión tomada libremente acota parte de nuestra libertad de escoger otras opciones, y luego sigue siendo acotada o no por las consecuencias que esa decisión trae consigo.
Sí que es cierto que ahora mismo soy libre, nada me obliga a hacer nada que no esté dispuesto a hacer. Sí que es verdad que el tiempo y la economía limitan bastante el abanico de decisiones que hoy puedo tomar, pero las que hoy tome pueden limitar aún más o no el abanico en un futuro. La libertad es algo dentro de nosotros que vamos ganando o perdiendo. El ser conscientes de quiénes somos y qué queremos nos hace más libres que cualquier derecho escrito.
A pesar de ser un derecho universal, hoy día hay personas esclavas, de sus pensamientos, sus palabras, de las acciones que hacen o de no saber realmente quiénes son ni qué quieren en la vida. Ese pequeño matiz de elegir ser libre aporta a la libertad una cualidad que hace que aprecie más ese bello concepto de libertad.
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