Hecho cenizas

Llega un día en el que, sin comerlo ni beberlo, sabes que tu vida ha cambiado para siempre. En tu interior se crea un sentimiento de pérdida inevitable que deja una marca en el alma. No obstante hay cambios que hieren tanto el alma que tardaría cien años en sanar, y esa cicatriz permanecería de por vida adherida al corazón. Llega un día en el que el fuego hace de ti su alimento, y ya puedes rezar todo lo que quieras que no parará hasta hacer cenizas hasta la última de tus hojas.


Después de cientos de inviernos resistiendo desnudos bajo un manto de nieve, cientos de primaveras albergando vida en nuestras copas. Tras calurosos veranos en los que dábamos sombras a los caminantes y otoños en los que la vida pasa taciturna a compás del sol y la luna. Después de cientos de años de tranquilidad aún cuesta creer que todo vaya a acabar en un sólo día. El paisaje que se iba calcinando al paso de un demonio de fuego que avanzaba lentamente.

Voy sintiendo el calor sobre mi corteza como la estocada de mil hachas. Las hojas, rindiéndose a un incendio que a nadie importa, se desprenden ardiendo de mi ser. Poco a poco siento la vida retirarse a mis raíces, que calcinada por este infierno se va desvaneciendo hasta desaparecer. Me pregunto en mis últimos momentos de vida quién podría querer hacer de un bosque un cementerio. La esperanza de recuperación conmigo se iba. Mi trono, hecho cenizas, ya no alberga alma alguna. 

Un bosque donde se evadían los enamorados, un lugar perfecto por donde perderse y reencontrarse con una magia olvidada que antaño dominara el mundo. Donde paseando poder hallar una criatura mitológica sacada de la fantasía de cualquier niño inventor. Todo arrasado y pintado de un negro mortecino. Una gran tragedia natural que dejara a cualquier árbol sin su sabia, un destino que no se desea ni al peor de tus enemigos.

La basura formada por miles de plásticos tirados sin consideración entre la maleza yacían derretidos, su olor antinatural apestaba todo el ambiente, calcinado de por sí. No hacen falta seguir describiendo todo el horror sembrado por un incendio que aniquila a toda forma de vida a su paso. Es hacer todo un infierno de un paraíso. Sin embargo lo peor de un incendio no es todo el daño que se hace, sino que la mayoría de las veces sea intencionado.

Por si no tuviéramos ya suficiente con la deforestación ilegal, la codicia parásita de una especie que pone precio al universo, los incendios provocados por un descuido o causas naturales, como puede ser un rayo, encima hay quien disfruta arrasando hectáreas de bosque que son el pulmón de nuestro planeta. Miles de zonas verdes que se vuelven yermas por una cerilla sobre las hojas secas, la gasolina que aviva el fuego vertida por mero placer para invocar al cruel diablo de la destrucción.

Cuando el hombre tuvo la capacidad de decidir se hizo más inteligente que cualquier animal sobre la faz de la tierra, una inteligencia que se ve cuestionada cuando, viendo lo que avanza cuando se unen, siempre encuentran una razón para estar divididos, como es una guerra santa o un ideal político. Una inteligencia que se pone en entredicho cuando no ve las consecuencias a largo plazo de sus actos, cuando destruye un bosque que a sus antepasados le sirvió de hogar.


Al ser humano que parece incapaz de darse cuenta que necesita a los árboles tanto como el aire que respira, ese que cree que sobrevivirá cuando faltemos, amigo humano, sólo quiero decirte que «arrieritos somos y en el camino nos encontraremos».


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