Con buena educación
Desde que aprendí el abecedario hasta leerme novelas enteras. Cuando uno más uno simplemente era un dos y el momento en el que las integrales aparecieron en mi vida. Desde que me enseñaron los diferentes seres vivos de la naturaleza hasta la anatomía del cuerpo humano. Mi vida ha ido pasando por distintos educadores que me han ido formando en su materia y haciéndome más grande como persona. Desde las estrictas normas del colegio hasta la responsable libertad de la universidad.
Cuando alguien tiene una buena educación se nota, al igual que cuando alguien es un impresentable lo que más anhelamos es que se vaya tan lejos como sus pies le permitan. En este punto se abre un debate, si la educación es únicamente la que se imparte en el colegio. Me imagino que a los padre más vagos les venga un sí a la cabeza a la velocidad de la luz. Yo, que vengo de una familia con más de un docente, opino que eso no es así.
Un colegio no es una caja negra dónde se mete a una criatura y sale un niño formal y decente, que no de mucho la lata. Tampoco es un campo de batalla donde contiendan a diario padres y profesores por el aprobado de su hijo. Un colegio es algo más. Es el primer lugar donde se encuentran amigos que se hacen eternos, donde aprender a convivir antes que cualquier otra lección. Un lugar donde descubrir las desazones y alegrías de un primer amor y conocer de primera mano qué se siente ante una traición.
De pequeños vamos poco a poco descubriendo la vida, y desde entonces encontramos a profesores de todas clases. Unos docentes que son una compañía, más severa o más compasiva, en el camino a la sabiduría. Unos educadores que se ven coartados por la intervención de padres que antes que su hijo aprenda quieren un historial radiante, alumnos cuyos progenitores creen que la tarea de un profesor es educar en modales a su hijo, o lobos desalmados que acosan a los más inteligentes.
Un sistema educativo no adaptado a la realidad, que baila al son de unos políticos que sólo están de acuerdo en subirse el sueldo, pero que a la enseñanza dan la espalda, buscando tan solo dejar huella de su ideal, porque quien domina la escuela dominará el mundo. No han sido, ni serán capaces de firmar un pacto en un país cuyos extremos ideológicos están ya podridos, ya que la formación de las personas que harán el futuro no es tan importante como su presente. Y que esto no les duela lo más mínimo.
Al igual que hay grandes profesores que día a día se esfuerzan por crear cultura en la mente de los más jóvenes, hay algunos que no saben que la tarea de un docente no acaba en enseñar la lección y dar por finalizado el tema, examen y para casa. El mejor educador no es el que regala aprobados ni el que mayor tasa de suspensos acumule. No se desentiende de la realidad de su clase. Que no se diga que magisterio es una carrera sencilla.
Tiene que ser alguien consciente de estar formando a personas que están en la flor de la vida. Aquellos que algún día serán alguien, con la esperanza de que lo superen en la materia que está impartiendo. Sabe perfectamente que el centro no es una fábrica de seres iguales y como meta debería tener hacer su asignatura tan interesante que sea imposible suspender. Un profesor que motive a aprender y no «estudiar y escupir» la materia en un examen al final de curso.
En los años que llevo de alumno me he encontrado de todo en variedad de profesores y compañeros, desde el colegio al instituto y de este a la universidad. No obstante ahí dónde he encontrado a mis mejores amigos y un amor que roza lo idílico que no cambiaría por nada, ya que gracias a ellos he llegado a ser quien soy.
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