en mi duermevela
Cuando las olas estaban alcanzando una altura peligrosamente alta, las maderas del barco crujían fuertemente como si se fueran a partir en mil pedazos. El navío se balanceaba inclinándose de babor a estribor amenazando con darse la vuelta. No tardamos en perder la mayor, las velas salieron volando perdiéndose en la tormenta. Las rocas de un fondo cercano nos hizo encallar. Resbalando por la mojada cubierta caí sin remedio a la mar, mientras se tragaba mi cuerpo. El fondo golpeó mi nuca… Solo dolor. Dolor y agua.
Si dicen que en martes trece no te embarques será por algo. Aquel día desafortunado la marea decidió cobrarse la vida de la tripulación por la arrogancia de los hombres que aseguraron que debíamos arribar a puerto como fuera. Pero como guardado en las manos de un dios bondadoso ese día no morí. Como sostenido por una fuerza invisible con la delicadeza de un niño que coge su muñeco preferido, mi cuerpo acabó inconsciente en la arena de una cala cercana.
A veces pienso que el dolor se amortigua con el paso del tiempo, y así fue como el fuerte calor que sentía en mi nuca fue resintiendo hasta una simple molestia que me permitía sentir más cosas. Notaba mi leve respiración, luchando por mantenerme con vida, sentía la arena bajo los dedos de mis manos, el suave cosquilleo que hacen las olas en mis pies, el frío de la noche y el calor de un sol incombustible radiando sobre mi cuerpo.
Tal vez, en mitad de los delirios de alguien que yace inconsciente sobre la arena de la playa como en una nube, más cercano a la muerte que a la vida, escuché la suave voz de una mujer que penetraba la negrura. No sé si me la inventé o si realmente estuvo a mi vera en la soledad. Sentía cada nota de su voz cuando me cantaba para que despertara de mi sueño, cada vez que apoyaba su cara contra mi pecho. Cuando sentía la humedad de su cabello cerca de mi cara.
Las horas pasaban y sentía su compañía tan cerca de mí que hasta podía escuchar su respiración y tal vez hasta el latir de su corazón bajo su pecho. Si se trataba de un delirio, deseaba en mi fuero más interno no despertar jamás para seguir soñándola como si fuera un ser real, pero si mi mente no me estaba jugando esta dulce pero pesada broma deseé poner fin a este sueño, poder mirarle a los ojos y descubrir la luz que estos guardan en su interior.
Mis oídos vivían una auténtica utopía con sólo escuchar su voz cantando una meliflua canción acompañada por las olas, quizás en su lengua, quizás en la mía, quién sabe. Mi mente se concentraba tan solo en la música que emanaban sus labios. Supe en ese momento que ella era real, tanto como si fuese humana o sirena, porque mi mente jamás sería capaz de crear un sonido tan perfecto y tan bello, por lo que debía ser obra de un hacedor superior a mí. Tal vez el mismo que me rescató.
En mi profundo deseo de abrir los ojos y verla tal y como es ella, descubrí que mi nuca no albergaba ya dolor alguno, el golpe que me dejó inconsciente se hallaba ya sepultado en un pasado que se me antojaba tan lejano como el origen de los tiempos. Queriendo cruzar la delgada frontera que me separa del dominio completo y activo de mi propio cuerpo. Cruzar la frontera que me separa de poder verte y tocarte. Los dedos de mis manos son los primeros en moverse.
Mis párpados se despegan, sacándome de este duermevela. Lo primero que vi fueron tus rizos de un castaño profundo que brillaban al sol de un nuevo amanecer.
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