Ciudad nube
Flotando sobre las cabezas de todos los que son y los que un día fueron. De donde mana la lluvia y adonde van a parar los sueños de las personas que suspiran al cielo. Lejos de la prepotente lógica que piensa que todo lo puede, sin embargo más cerca que nadie de una tímida belleza sin igual que pasa desapercibida. Atada a las leyes de la gravedad pero desafiándola con su existencia cada minuto que pasa. Un paraíso sobre las nubes.
A veces se me olvida, cuando me pierdo por sus calles o estoy ocupado en mis quehaceres, los cientos de metros que nos separan de la tierra firme. Vivimos en un jardín del Edén al cual estamos tan acostumbrados que apenas apreciamos cada detalle que aparece entre sus esquinas. Aunque en el centro de la ciudad no parezca que estemos flotando a merced del viento, al pasear por los límites de esta, a veces, el horizonte se colma de nubes, como una enorme pradera blanca.
Aquí es dónde llegan todos los suspiros que se lanzaron un día al aire, como globos que se escapa de entre las manos. Una ciudad que parece sacada de la fantasía más tierna de un cuento de hadas. Entre las piedras de su suelo no pierden la oportunidad de crecer las más delicadas flores, que no temen enraizar en lo alto de la nube. Este es un lugar donde volverse loco de amor, perder la cabeza en un idilio que puede durar eternamente.
Lo cierto es que el límite es una de las partes más bonitas de la ciudad, sobre todo cuando por la noche la luna le da ese brillo especial a las nubes que nos sostienen. Cuando el azul oscuro deja ver con dificultad las miles de farolas encendidas en la superficie terrestre, y mirando hacia arriba deslumbra un firmamento repleto de estrellas. Lo bonitas que están las nubes teñidas de rosa al atardecer y de naranja cuando el sol despierta con sus primeros destellos a la ciudad.
De vez en cuando me gusta ir por ahí, sentarme justo en el borde del paseo y asomarme entre las nubes por si puedo ver la superficie. Me parecen dos mundos tan distintos que muchas veces me pregunto cómo será vivir bajo la lluvia, si la tierra olerá tan bien como las nubes cuando llueve.
A pesar de la tranquilidad que se respira en cada esquina de las calles de la ciudad, todavía no he conseguido descubrir qué es eso que llaman aburrimiento. Dicen que el sentido de la vida es vivirla plenamente, o sea, vivir nuevas experiencias. Pero a mi me gusta más pasar cada momento como si fuese la primera vez, con la misma pasión. A veces quisiera volver a nacer para así descubrir este bello mundo sobre las nubes, con la ilusión con la que los pequeños crecen.
Una de las cosas que más me gustan de vivir aquí es ver un amanecer tan claro como el agua. Poder pasar las mañanas perdido entre las calles de una hermosa ciudad de piedra, soñando despierto a cada paso que doy. Jugar con el blanco más radiante de unas nubes al mediodía que poco a poco pasa a teñirse de rosas y naranjas. Dormir junto a unas nubes que, azules por la luz de luna, hacen silbar al viento a capricho.
Existe un lugar flotando sobre las cabezas de todos los que son y los que un día fueron. Dónde los ríos de la superficie terrestre se ven como hilos dorados al caer el sol. Lejos de una lógica prepotente, pero más cerca que nadie de una tímida belleza sin igual que pasa desapercibida. Un paraíso que se cimienta sobre las nubes y yo soy aquel que se ha vuelto loquito de amor por sus calles.
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