Luar nos teus ollos
Las olas son las únicas que se mueven en esta playa. Mojan tranquilamente la arena con su sal. El resplandor de la luna lo tiñe todo de un místico color azul. Bien parece que al sol le costara aparecer por el horizonte para levantar a una nueva mañana. La madrugada se cierne calmada sobre nosotros, que permanecemos en silencio. No perturbaremos la paz que se crea cuando todos duermen. No mientras la luz de la luna se refleje en tus ojos.
Es una noche en la que todo puede pasar, cuando dejar volar la imaginación y los sueños más íntimos se vuelven realidad. A lo lejos, el humo de la chimenea de una casa cercana de la aldea asciende tras nosotros, fundiéndose con el firmamento. El olor de la madera quemada llega a la playa, mientras en mis manos siento el húmedo tacto de la arena. Aprieto el puño sintiendo cómo los granitos se escapan de mis manos. Me gusta esta sensación.
De la arena de la playa salen unos pequeños seres azules y redondos que brillaban en aquella noche. Te miro y me devuelves una tierna sonrisa cómplice. Sabes que esos pequeñajos que adornan la playa con su luz tan sólo aparecen cuando reina la paz. Los vemos jugar con la arena, escabullirse en ella y volver a la superficie. Parecen tan felices como yo lo estoy ahora mismo. Observo cómo los miras con dulzura mientras juegan entre tus pies. Luego diriges esa mirada, iluminada por la luna, a mis ojos.
No hace falta decir nada, el silencio es la mejor conversación. Las olas del mar hacen el único sonido que llega a mis oídos. De repente, el agua del mar se alza, como si una enorme ola nos fuera a tragar a ambos, y toma la forma de dos personas. Al poco tiempo nos dimos cuenta que se trataba de un niño y una niña que extendían su mano para tocarse sus respectivas mejillas. Los pequeños seres incandescentes corrieron hacia el agua, hacia la dulce pareja de niños.
La luz de la luna desde las alturas iluminaba sus cabezas hechas de agua salada, y desde abajo los miles de bichitos les dan su luz. Es como materializar la forma más pura de amor verdadero hecha en agua, como si estuviera viendo a dos pequeños niños de verdad que se demuestran afecto. Te miro, ahora que no te das cuenta, mientras contemplas maravillada al mar.
Pienso en el tiempo, en lo que ha pasado, y todo lo llovido desde que era tan pequeño como el niño que el mar me muestra. Si te hubiera conocido antes quizás nada sería igual a como lo es ahora, no habría esa magia de llegarte a conocer, ni la ternura de una reconciliación sincera. El pequeño le tiende sus brazos a la niña, en busca de un abrazo, y esta le responde lanzándose a él sin pensarlo dos veces. Entonces ambos se funden creando una pequeña ola que moja nuestros pies.
Los pequeños entes luminosos se desperdigan por la playa, buscando refugio bajo la arena. Observo cómo tu rostro se contrae, preocupada por los pequeñajos que habían dado vida a nuestros muñecos de agua. En silencio te dedico una sonrisa sincera, una que tus ojos no la ven, pero tú corazón la siente. Tu cara relaja la expresión. Te giras para mirarme, aún con un residuo de melancolía en tu mirada. De nuevo tus labios esbozan esa sonrisa que le da luz a tu rostro.
Inevitablemente el tiempo pasa, y de los niños que fuimos, con infancias separadas, somos ahora dos jóvenes tumbados en la arena de la playa por la noche. Solos tú, yo, el mar y la luz de la luna reflejad en tus ojos.
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