Siempre en la mar

Un antiguo proverbio dice que un marinero tiene un amor en tierra y otro en la mar, al igual que la mujer que  se  enamora de un marino debe aceptar que será su segunda mujer. Pero como Ulises, he vivido la Odisea en sus veinticuatro cantos para volver a encontrarse en la isla de Ítaca con Penélope.


La mar mecía mi navío de babor a estribor, la luna iluminaba el sendero infinito guiado por las estrellas. ¿Qué hombre no se estremecería ante tanta belleza concentrada en un mismo lugar? Respiraba profundamente, dejando entrar el olor a mar en mi, me embriagaba, mientras sentía esa sensación de dependencia, de plenitud por estar en ella. No pocas veces oí hablar del síndrome del miembro fantasma, que consiste en sentir una extremidad amputada como si siguiera unida al cuerpo, debo tener la misma enfermedad, pues cuando no estoy en la mar la siento como si estuviera en ella, comienzo a sentir náuseas, mareos. La mar forma parte de mi y yo de ella, es la extensión infinita, no de mi cuerpo, sino de mi alma.

Navegando por la mar la siento con todos mis sentidos, escucho el suave sonido de las olas meciendo vagamente el barco, relajándome, o oigo el estruendo de un empate de la mar que nos despierta a todos en plena noche, alarmados para comprobar los posibles daños producidos en el buque. Puedo saborear la omnipresente sal, entrando a formar parte de mi. Su olor salado que me embriaga, y siento las pequeñas partículas de la mar cuando estoy en la proa y nuestro barco parte la mar en dos partiéndose en miles de fragmentos que acarician mi piel marinera. Y no hay nada más gratificante que ver toda la extensión marítima en los trescientos sesenta grados, sólo la mar y yo, mire por dónde mire, y si encontrara un sólo ángulo donde no viera la mar, no podría evitar seguir pensando en ella.

Pero la mar no es para cualquiera, no pocos marineros entran en ella y acaban encallando con las escolleras. La mar no es fácil, es más, un refrán lo aboga, «quien ande por la mar, aprende a rezar», sus constantes cambios la hacen impredecible, capaz de todo, y no son pocos los marinos que han perecido en la mar por andarse descuidado, la mar tiene dos caras, la pacífica y la salvaje, y dirígele tus plegarias a la Virgen del Carmen  para que no veas su verdadero segundo semblante, pues este es reservado sólo a los marinos más duchos. 

A pesar de todo, de esta doble faceta, de no ser un sendero fácil, la mar nos enamora como una mujer, y aunque pueda parecer que seis días en la mar parecen seis meses, monótonos y aburridos, para mi, medio año parece sólo una semana, la cual, cuenta mi bitácora, ha sido una semana protegida por San Telmo, que nos libró de tormentas, esta semana ha sido la mejor después toda una vida en la mar. Medio año de los casi diecinueve que llevo navegando por este mundo, las aguas de este «Nuevo Mundo» parecen estar benditas por la Virgen del Carmen.


Como los peces, los delfines, tiburones del trópico, las corrientes, seres extraños y mitológicos de dudosa existencia, los restos de navíos encallados y zozobrados en el fondo, profundo y oscuro, de la mar, como las rocas, los faros de todo el mundo, los pueblos pesqueros, el agua y la sal, como mi barco estaré siempre en la mar, dispuesto a zarpar, buscando nuevos rumbos, siguiendo las cartas de navegación que pongan a mi disposición. Leven anclas, y zarpemos a un futuro que, aunque incierto, es prometedor.

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