En el piso de abajo

Olor a mar… luz de farolas que entraba por mi ventana… sí, señor, por supuesto que quiero más azúcar… no veo la hora, ¿qué marca el reloj?… muñeco de trapo… ¿reunión de la ONU? No, mañana quiero… mensaje… sólo hay una pregunta que no puedo responder, ¿estoy dormido?

Ahí, sin saber cómo ni porqué, ahí me encontraba yo, frente a un gran chalet que acababa de comprar, estaba lloviendo, y en el balcón de la primera planta un muñeco de trapo gigantesco relleno de paja con botones como ojos, una boca cosida con hilo rojo y una cinta que ataba, encima de su cabeza, toda la tela que le sobraba. Parecía que el muñeco tenía odio en los botones, mirándome, sin hacer nada, sólo mirándome. Intentó huir, pero soy incapaz de hacerlo, por más que corro el chalet con el muñeco no se aleja, sigue ahí detrás. 

Consigo meterme en una casita con el interior oscuro, miro la puerta por donde había entrado, la cual tenía un mueble bloqueándola. Sigo mirando por la casa y veo todos los muebles desordenados, destrozados, esparcidos sus restos alrededor de la sala, salvo en el centro de la misma, en la cual lucía un colchón cuadrado sin destrozar, iluminado por un haz de luz de cuya procedencia desconocía. Sin explicarme el porqué me acosté en aquel antiguo y pequeño colchón y empecé a perder el hilo lógico de mis pensamientos.

Una enorme catedral con el suelo como un tablero de ajedrez en blanco y negro, el techo era imposible de divisar, la niebla se había levantado en el antiguo edificio cuando, alrededor de mi empezaron a aparecer una decena de figuras, figuras de cerca de metro setenta y cinco de altura, carentes de ojos, con bocas enormes. Pide divisar una novia con estas características, un barrendero. Estaba huyendo, y miré hacia atrás, uno de los monstruos sin ojos me estaba siguiendo con la boca abierta, mostrándome sus colmillos. Cuando quise darme cuenta estaba en el suelo, perdiendo de nuevo la lógica.

El suelo era de madera, y completamente desigual, como si fueran toboganes que van directos a unas ventanas en un piso muy alto, conduciendo a una muerte segura. Un hombre se acerca, me habla como si hubiera más personas en la sala: «El señor director se encuentra enfermo» ¿Quién era el señor director? ¿Por qué me tenía que interesar? Acto seguido continuó: «Si caen por las ventanas es responsabilidad nuestra, así que esténse quietos» parecía un profesor riñendo a sus alumnos adolescentes. Me caí al suelo, perdiendo, otra vez, el sentido lógico.

Sentí agua cubriéndome, la arena de la playa se me había quedado pegada en la cara, intenté quitármela pero ya no estaba. El sol atardeciendo iluminaba la desierta e inmensa playa. Algunas palmeras al fondo, inclinadas, casi tocando el agua, invitando a subirme, una hamaca hecha con pocos hilos gruesos blancos, me llamaba a tumbarme, pero algo faltaba. Fui a buscar aquello que echaba en falta tras las dunas de la playa, tras las cuales apareció una ciudad llena de edificios dominados por las plantas, paseé por aquella ecológica ciudad… ya había estado ahí antes. 

Me acordé entonces dónde estaba, qué era aquel extraño y paradisiaco lugar en el que me sentía en paz. Todo aquello lo había diseñado yo  estaba en el piso más bajo de los niveles oníricos, la parte de mi más privada, más personal. Sabía adonde tenía que ir directamente, sabiendo que no me iba cansar empecé a correr, recorriendo aquella ciudad, viendo todo tipo de monumentos, desde una Plaza Roja como la de Moscú, un Gran Teatro Falla, una Giralda… pasando por una antigua judería vi una moderna Apple Store, pero no entré en ella. Sabía muy bien lo que buscaba, y tenía que encontrarlo. Aunque a mis espaldas contaba con un par de alas no quería usarlas, además sabía que todo lo bueno que tenía, me pasaba o me había pasado se almacenaban en aquel nivel tan bajo, era mi reino personal donde podía hacer todo lo que quisiera, pero había una parte especial, y ahí me dirigía.

Dejándome guiar por aquel embriagante olor la encontré, una estrecha calle de adoquines decorada con miles de plantas, un letrero indicaba el nombre de la calle: Fabiola. De las dos direcciones que podía tomar sabía perfectamente cuál tenía que escoger, sabía que debía continuar buscándolo. Una parra colmada de uvas cubría la calle, se me antojaba que parecía un jardín hedonista. La calle Fabiola parecía acabar en un túnel de vegetación… ya había estado allí, pero nunca tan presente. Continué con un paso bastante apresurado, tenía que llegar antes de despertar, hacía mucho tiempo que no bajaba tan bajo.

Al fin llegué, el claro en medio del bosque estaba iluminado por la luz de la luna, donde hacía escasos meses estaba el águila había una pequeña caja de madera custodiada por un enorme lobo blanco. Me reconoció y permitió mi acceso a ella. Dentro había distintos objetos de poco valor económico, pero un altísimo valor para mi. Un lobo de madera tallado a mano junto a un pequeño águila de madera también artesanal. Junto al lobo que custodiaba la caja se posó un águila blanca, me quedé mirándola maravillado, hasta sentir cómo alguien me abrazaba por detrás. Allí estaba lo que había estado buscando, lo que faltaba en mi mundo onírico, allí estaba ella.

Comentarios

más leídas