Laberinto
Pobre de aquel que aun mirando nada ve, que aun sintiendo nada siente, y entendiendo nada entiende.
Comenzó con un suave sonido de guitarra que se podía oír desde cualquier punto del oscuro bosque, iluminado sólo por la suave luz de la delgada medialuna en cuarto menguante. Sólo una pregunta se me venía a la cabeza, ¿quién tocaba esa guitarra? Buscaba sin encontrar, me preguntaba sin obtener respuesta.
La angosta senda oscura que se abría a través de la oscuridad parecía no conducir a ninguna parte, y bien parecía que, en ocasiones, se disolvía entre la vegetación, ¿verdaderamente estaba siguiendo un camino o la ilusión del mismo, dando pasos de ciego en medio del bosque? La guitarra continuaba sonando suavemente, tenuemente, apenas perceptible.
Había momentos en los que me cuestionaba si tenía los ojos abiertos o los había cerrado por alguna razón que desconocía, hasta que volvía a ver los contornos azulados que dibujaba la luz de la luna en árboles, piedras y el camino donde la oscuridad parecía haber vencido permanentemente a la luz. Aunque estaba asustado, no podía dar media vuelta, pues no sabía de qué forma había aparecido en aquel misterioso y lóbrego paraje, además tampoco sabía por dónde había venido, y mucho menos adonde iba.
Algo estaba mirando desde lo alto de un árbol, al principio había sentido miedo de ver dos grandes ojos que seguían todo lo que hacía, pero al ver que era un animal inofensivo, un enorme búho que, como si oliera el miedo, al verlo alzó el vuelo y dio la impresión que el animal había salido huyendo por miedo al propio sendero.
El paisaje cambió, donde antes era un bosque selvático ahora estaba caminando entre unos setos enormemente altos, donde cualquiera podía sentirse pequeño junto a ellos, y aunque se veía muy poco, comenzó a levantare niebla, reduciendo aún más la visibilidad de aquel infinito pasillo. El pasillo de vegetación serpenteaba, y en él se podían encontrar algunas esquinas, que al girarlas, con cierto pavor hacia lo desconocido, cualquiera podía deducir que aquello era un laberinto sin salida aparente.
El laberinto llegó a su fin, y en frente una gran verja de metal pintado de negro que se dejaba entrever a través de una pared de altísimos cipreses. Seguía caminando por a la vera de los cipreses, sin llegar a saber del todo adónde me dirigía, perdido como un navío sin rumbo. De pronto entre los cipreses se materializó una pequeña cancela del mismo color que la valla.
Me acerqué a aquella pequeña puerta de metal y comprobé que estaba abierta. Sin pensarlo dos veces decidí entrar y pude ver un amplio césped, y al fondo una gran casa de estilo victoriano, rodeado de la espesa niebla que hacía ya tiempo que se había levantado. El sonido de la guitarra se escuchaba ahora con mayor claridad, ¿provendría aquel suave y melódico sonido de aquella enorme casa?
Conforme me acercaba a la casa la niebla se iba levantando, comencé a ver la casa mientras todo el cielo se iba iluminaba poco a poco, muy lentamente, empezando por los tonos más rosados, pasando por los naranjas. Amanecía otro día dejando atrás todo lo pasado en la noche. La nueva iluminación le restaba dramatismo y tenebrismo a la gran casa victoriana.
No obstante, todavía no había alcanzado mi objetivo, pero ya sabía que no daba pasos de ciego, ahora sabía lo que buscaba, y lo que estaba buscando estaba cerca.
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